Abuso de Autoridad

2. Abuso de autoridadAbuso de Autoridad

Alan Sánchez Cruz

Octubre de 2018

“Abuso de autoridad” es el título de una de las canciones del extinto grupo de rocanrol mexicano Three Souls In My Mind, antecesor del también liderado por Alejandro Lora, El Tri. En ella, Lora manifiesta algo que México ha padecido, diremos, desde siempre -por utilizar un término, aunque el mismo es relativo-, y que tiene que ver con la corrupción y una ola de violencia que, al parecer, son cada vez mayores. La canción referida inicia así: “Vivir en México es lo peor, nuestro gobierno está muy mal y nadie puede protestar porque lo llevan a encerrar”. Con una letra por demás sencilla, advierte la crudeza que vivía el país en la época en la que fue compuesta, 1976. Incluida en el álbum Chavo de onda, mítico de la banda, sugiere la referencia a una de las efemérides más -tristemente- recordadas en México, vivida apenas ocho años atrás, el 2 de octubre de 1968, con las siguientes rimas: “Y las tocadas de rock ya nos las quieren quitar, ya sólo va a poder tocar el hijo de Díaz Ordaz”.

            Para Gustavo Díaz Ordaz, según Enrique Krauze en una de sus series televisadas de Clío, “el sentido del orden y la disciplina eran su máxima obsesión, comenzando en su vida privada”[1]; curioso es que las características de su hijo Alfredo -inquieto, roquero, rebelde, informal, quien falleciera relativamente joven- resultarían contrastantes con el talante de un hombre pulcro y rígido, como lo fuese el expresidente. “Amante e intérprete de la música tradicional mexicana, Díaz Ordaz ejerció el poder en la más rebelde y libertaria de las décadas”[2]. Hubo en los días del primer Three mal miramientos a los grupos de jóvenes -y no solamente a los musicales- que se manifestaban en contra del establishment.

            Pero, como ha de suponerse, la inconformidad de los jóvenes no inició en octubre ni en 1968. “Las turbulencias juveniles empezaron años antes. Entre noviembre de 1963 y junio de 1968, hubo al menos 53 revueltas estudiantiles en México”[3]. De acuerdo a Sergio Aguayo, académico de El Colegio de México y de la Universidad de Harvard, sus demandas, en general, reiteraban el rechazo unánime al acoso policiaco y a una inconformidad creciente con los usos y costumbres del partido en el poder. Aguayo constata que en aquellos años el país estaba rigurosamente controlado, de manera que “Sobre los inconformes caía el peso de un sistema bien aceitado. Cualquier nuevo actor era recibido con una sonrisa cooptadora; si no se disciplinaba venían las intimidaciones seguidas de golpizas, detenciones o ejecuciones”[4]. A pesar de esto, y aunque la capital contaba con los granaderos como el grupo más temido para controlar opositores, todo aquel aparato sucumbió ante las y los miles que ya eran parte de una inconformidad organizada que crecía a pasos agigantados.

Los actos juveniles que antecedieron a aquel dos de octubre fueron los siguientes: el 22 de julio se registra una pelea entre estudiantes de las vocacionales 2 y 5 del Instituto Politécnico Nacional (IPN) y de la Preparatoria “Isaac Ochoterena” debido a un juego de fútbol americano, en la Ciudadela; al día siguiente, a causa del pleito, intervienen granaderos de manera violenta en el edificio de la vocacional 5; el 26 de julio, dos manifestaciones estudiantiles fueron reprimidas; el día 27, estudiantes toman las preparatorias 1, 2 y 3 de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y se organizan las primeras asambleas estudiantiles; el 30 de julio se suspenden clases en escuelas del IPN y la UNAM, la puerta principal de la Preparatoria 1 es derribada tras el disparo de una bazooka; el 2 de agosto se crea el Consejo Nacional de Huelga (CNH), la Coalición de Profesores en Educación Media y Superior, y directores de escuelas en paro, publican un desplegado en apoyo a los estudiantes; 8 de agosto, emplazamiento a huelga y pliego petitorio, que exigía: libertad a los presos políticos; destitución de jefes policiacos capitalinos; derogación de los artículos 145 y 145 bis del Código Penal (delitos de disolución social con los cuales se encarcelaba a inconformes); indemnización a las familias de los muertos y heridos; y deslinde de responsabilidades. En un punto transitorio incluían una sencilla petición: “diálogo público” para negociar las demandas[5].

Días después, el presidente Díaz Ordaz advirtió del uso de la fuerza militar ya que nada estropearía los XIX Juegos Olímpicos, que estaban en puerta; el 13 de septiembre, 300,000 estudiantes marchan en lo que más tarde se nombró “La marcha del silencio”; el 18 de septiembre Díaz Ordaz ordena el asalto militar a Ciudad Universitaria, hay 500 detenidos; el 29 de septiembre el CNH reafirma su lucha pacífica hasta ver cumplido el pliego petitorio y se convoca a un mitin en la Plaza de las Tres Culturas, el 2 de octubre, día de la tragedia.

            “Para evitar provocaciones se suspendió la marcha que estaba programada hacia el Casco de Sto. Tomás. A pesar de ello la Plaza fue cercada por numerosos tanques y cerca de 6 mil efectivos del ejército, con metralletas, fusiles de calibre grueso y pistolas de calibre 45, 38 y 9 milímetros”[6]. Los manifestantes fueron rodeados, iniciando la represión por la señal de un helicóptero. Los periódicos hablaban de 28 muertos y más de 80 heridos, mientras que el CNH manifestó que murieron cerca de 100 personas y que los heridos fueron miles. El General Marcelino Barragán, Secretario de la Defensa, afirmó que “México es un país donde la libertad impera y seguirá. Si aparecen más brotes de agitación, actuaremos de la misma forma”[7].

            Al considerar este tipo de movilizaciones, no tiene desperdicio preguntar: y, ¿cuál fue el papel de la Iglesia? Bernardo Barranco Villafán, sociólogo y especialista en asuntos religiosos, dice que la mayor parte del clero fue leal al presidente Gustavo Díaz Ordaz, aunque no validó la represión a los estudiantes. La mayoría de los obispos guardó silencio, pero la jerarquía se vio obligada a pronunciarse con un “tibio” comunicado, firmado por el entonces arzobispo Ernesto Corripio Ahumada, el 9 de octubre. Dicho comunicado llamaba al diálogo con insistencia y rechazaba la violencia; admitía la manipulación de los jóvenes y tuvo la virtud de no elogiar la represión del gobierno, a diferencia de algunos empresarios, medios e intelectuales de ese entonces. Añade Barranco:

A partir del movimiento estudiantil de 1968 nada fue igual en el México contemporáneo. Se operan cambios graduales que alcanzan a la propia Iglesia mexicana. Ante el movimiento estudiantil, los obispos fueron ambiguos y no tuvieron el valor cívico de la denuncia. Han cambiado poco, siguen tan conservadores como obcecados[8].

En cuanto a la Iglesia Metodista de aquellos años, quien escribe las presentes líneas sólo tiene un testimonio, y de buena fuente, de un pastor insigne, titular en ese entonces de una de nuestras iglesias representativas, que cerró las puertas del templo a los jóvenes, para que no causaran destrozos. Por supuesto, aquello no opaca la labor social de la Iglesia y la preocupación de la misma por los males que continúan aquejando a nuestra sociedad. Prueba de ello fue la marcha a la que se integró un pequeño contingente metodista tras el lamentable suceso de Ayotzinapa -que incluso fue captado por medio de fotografías publicadas en las plataformas digitales de los periódicos Reforma y La Jornada-junto con otros grupos y activistas sociales que se dieron cita en la Plaza de la Constitución, cerrando el año 2014; o, en una intervención reciente, la marcha en la que participaron seminaristas de nuestro Seminario “Dr. Gonzalo Báez Camargo”, por el cincuenta aniversario de la matanza en Tlatelolco. Si esto no nos brinda esperanza, entonces, ¿qué lo hará?

El movimiento del 68 es revisado año con año, y ha sido así por el significado particular que tiene en un país en el que sus jóvenes no dejan de reclamar y acudir a marchas a causa de sus desapariciones. Todavía la herida sigue abierta cuando se recuerda el asesinato -que se ha mencionado ya, y en el que hay que considerar a qué información se le hace caso, si a la insurrecta o a la “verdad histórica”- de 43 jóvenes normalistas que estudiaban en la Escuela Normal Rural “Raúl Isidro Burgos”, en el estado de Guerrero, hace ya cuatro años. Esto último, por supuesto, merece su distinción en otros espacios.

            Cada 2 de octubre, con los datos aquí referidos y otros que son de dominio público, se rememora aquella represión juvenil por parte del gobierno y se exige que, de una vez por todas, se ejerza la justicia que el pueblo mexicano ha demandado desde hace mucho. Si bien, el movimiento del 68 ha cumplido ya sus primeros cincuenta años -curiosamente, los mismos que lleva en la escena musical el líder del Tri, Alex Lora-, los “abusos de autoridad” continúan, así como las marchas y los reclamos por justicia, de parte de sectores diversos de la sociedad que se organizan creyendo que sus exigencias, algún día, serán cumplidas. Hay esperanza.

[1] https://www.youtube.com/watch?v=yhaq9zEWRJY; consultado el jueves 4 de octubre de 2018.

[2] https://www.youtube.com/watch?v=eD2QSxjIPYc; consultado el jueves 4 de octubre de 2018.

[3] Memorándum de AmEmbassy Mexico a Departamento de Estado, “Review of Student Disturbances in Mexico in Recent Years”, 23 de agosto de 1968, POL 13-2 MEX, Archivos Nacionales, Washington; citado en Sergio Aguayo, De Tlatelolco a Ayotzinapa (México, Atrament, 2015), 19.

[4] Sergio Aguayo, De Tlatelolco a Ayotzinapa; Op. Cit. 21.

[5] Ibídem, 32.

[6] EL MACHETE, Periódico obrero y campesino. Número especial por los “50 Años del ‘68”; No. 261, octubre 2018; 7.

[7] Ídem.

[8] “La Iglesia ante el movimiento estudiantil del 68” en La Jornada, miércoles 3 de octubre de 2018. “El movimiento estudiantil del 68 representó la fisura de sectores progresistas minoritarios que fungieron como vanguardia, que incluían a jesuitas y dominicos, que sostenían el Cuc en ciudad universitaria, y numerosos laicos que batallaron frente a una jerarquía medrosa. Algunos ejemplos. José Álvarez Icaza, padre de Emilio, prominente laico director de Cencos no terminaba de defender a los estudiantes cuando era descalificado por Anacleto González Flores, presidente de la Unión de Católicos Anticomunistas. Mientras a Pedro Velázquez (SSM) -Secretariado Social Mexicano- le preocupa la acechante represión, el poderoso arzobispo poblano Octaviano Márquez habla por teléfono con el presidente Díaz Ordaz para expresarle el apoyo incondicional de la jerarquía eclesiástica contra los ‘comunistas’. El sacerdote Jesús García, uno de los 37 firmantes de una valiente carta de sacerdotes que reivindicaba la lucha de los jóvenes, publicada el primero de septiembre de 1968, recuerda cómo fueron descalificados. ‘Ante la opinión pública nos quisieron hacer ver como el grupo de la Iglesia que apoyaba esa supuesta conspiración´”.