
Tiempo de reflexión
¡Ha llegado el Adviento! El Adviento es una de las épocas del calendario cristiano preferida por muchos. Sin importar la edad, para muchos ha llegado la temporada en donde los buenos deseos parecen surgir de todas formas y, en muchos casos de las personas menos esperadas a nuestro alrededor. Al interior de las iglesias comienzan a surgir los cantos tradicionales de la temporada que, anuncian también la llegada de la Navidad. Tal vez sea la temporada donde la mayoría de las tradiciones convergen en unidad; los cánticos de Adviento y Navidad parecen ser de todos y se entonan de manera compartida sin un reclamo de pertenencia o exclusividad. ¡Todas las personas son bienvenidas para participar de estas fechas!
La llegada del Adviento no sólo se percibe en las iglesias. De hecho, hoy en día es más fácil ver que los centros comerciales anuncien su llegada a través de los múltiples artículos que ofrecen mucho antes que el periodo llegue. Si se trata de competir comercialmente, generar necesidades sociales y tomar la delantera a los rivales mercantes para suplirlas, siempre será una buena estrategia.
Al interior de las iglesias se dice que el Adviento es un tiempo de reflexión, pero en muchos casos sólo se percibe la tradición. ¿Reflexión de qué? Parece que los mensajes se vuelven a centrar en la preparación de la próxima navidad. Una más de las navidades que tocará atender en las actividades programadas de la temporada y a través de los años; una más. No ha sido casualidad el uso de minúsculas al hacer mención en este momento. Al aceptar esto, puede ser que no estemos hablando de un tiempo de reflexión sino de una costumbre más en nuestras vidas. ¿Qué pasa con el quehacer de la Iglesia de Cristo? ¿en dónde está su vocación? ¿en dónde su proclamación? ¿será que la costumbre nos dará la respuesta automática, la que hemos aprendido a repetir con el paso de los años? Les invito a que hagamos un ejercicio, te pregunto: ¿en cuántos servicios y temporadas de Adviento, Navidad y Fin de año has estado presente? ¿Cuántos años has vivido esta festividad? ¿Qué cambios has visto en la vida de las iglesias? No sé si atreverme a preguntar: ¿qué cambios has visto en la vida de las personas que asisten a las iglesias? ¿Está presente la Vida en las iglesias? Y de manera personal: ¿tú encuentras Vida en la iglesia? Tal vez, y sólo tal vez, sea en este sentido dónde deberíamos enfocar la verdadera reflexión: sobre la costumbre.
En estos días el Leccionario nos ha llevado al texto del Evangelio de Jesucristo según Mateo; allí, una vez más, encontramos a Juan el bautista con el sonado anuncio: “Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado”; y a los que creían saber de Dios, se les dijo: “¡Generación de víboras! ¿Quién os enseño a huir de la ira venidera?” (Mt. 3:2 y 7 RV1960). Sin duda muchos pastores, pastoras y predicadores pusieron su vista en el llamado al arrepentimiento. Muy probablemente aun haciendo sus mejores esfuerzos desde el púlpito, no han conseguido el resultado deseado; la gente que asistió a los servicios tal vez salió de la misma forma en la que llegó a la reunión. ¿Arrepentirse de qué? En su gran mayoría en las personas que asisten a los servicios son gente ordinaria que, sin importar su condición social o económica, muestran respeto a los valores comunes de la comunidad. En un gesto de honestidad, más de uno ha dicho: “¿arrepentirme de qué? no soy delincuente, ni asesino, ni violador, ni traficante de narcóticos, ni…, etc., etc.”. “Si Juan el bautista dijo: ¡Generación de víboras! claramente sus destinatarios fueron los fariseos y saduceos que, creyendo “conocer” de Dios, su corazón estaba muy lejos de él…”.
Ante estas voces, surge la sutil pero determinante expresión: “¡eso ya me lo sé!”. Por muy difícil que sea reconocer la realidad, efectivamente esos discursos que se repiten de tiempo en tiempo, la gente los conoce bien. Y, ante la voz de “¡eso ya me lo sé!”, el llamado al arrepentimiento está perdido; no hay más que hacer. Cualquier predicador, por muy experimentado que sea, que mantenga su propia disertación -y su vida- sin vivir el arrepentimiento que se pronuncia, seguirá obteniendo la aridez de los desiertos. Si esto acontece con los más experimentados(as), ¡¿qué pensar de algún seminarista cuando se ha moldeado por las costumbres?! No hace falta ser un genio para comprender que, si seguimos haciendo las mismas cosas, los mismos procedimientos; perpetuamente obtendremos los mismos resultados.
¿Has observado la forma de orar dentro de nuestras iglesias? ¿Tiene una estructura definida la oración personal y comunitaria? ¿Alguna persona se ha dado a la tarea de enseñarnos a orar? ¿No es verdad que crecimos (hablando biológicamente) en las iglesias con la enseñanza de que, para orar no se necesitan repeticiones ni fórmulas? ¿acaso no se nos ha dicho que orar es abrir el corazón para poder hablar con Dios como si fuera él, uno igual que nosotros; como si hablamos con un amigo? Lo anterior no carece de verdad; sin embargo, tampoco deberían pasarse por alto muchas otras consideraciones al respecto. En las enseñanzas de Jesucristo queda aún muchísimo por comprender de lo que ya se ha dicho. Por un momento recordemos alguna oración típica en las iglesias, en las casas de los creyentes y/o nuestra propia oración. Regularmente con una voz con matices de “ternura” alzamos la voz a Dios para decirle: “cuida de mis hijos, que vayan y vuelvan con bien”, “te pido por la salud de mi mamá”, “te pido por el trabajo de mi papá”, “te pido que toques el corazón de mi cuñada(o) o de mi vecino”, “te pido que me des un trabajo”, “te pido por mi familia”, “te pido por los niños de la calle”, “te pido porque multipliques los alimentos”, “te pido por mis exámenes”, “te pido que me des sabiduría”, “te pido porque me permitas conseguir un auto”, “te pido por la paz del mundo”, “te pido porque bendigas las manos que han de administrar”, “te pido sanidad”, “te pido una casa”, “te pido una pareja para mi hija(o) que conozca de ti”, “te pido por nuestro país que sufre violencia”, “te pido…”. ¿Has identificado alguna de estas expresiones en tus oraciones? ¿Te das cuenta de que por muy loables que puedan ser los deseos, en la mayoría de los casos al “orar” lo que hace la gente es entregar un pliego petitorio a Dios? Se vuelve crucial este asunto cuando al hacer la entrega se hace en calidad de “orden” con una tonalidad amable de “si es tú voluntad”. ¡Ay, dónde Dios no atienda a la urgencia de la petición de un individuo que en realidad no está dispuesto (a) a negociar otra manera, ni otro tiempo, ni de perder el control del caso! Quien ejerce la oración de esa manera, aun sin reconocerlo, está intentando convertirse en jefe de Dios para decirle qué tiene que hacer y cuándo lo tiene que hacer. ¿Cómo transformar nuestra limitada oración humana en una oración de poder donde el Espíritu del Dios Creador fluya en nosotros(as) y a través de nosotras(os)? ¿Qué pasará cuando en vez de decirle al Dios Soberano lo que tiene que hacer a través de ese amable pliego petitorio, nos rindamos verdaderamente a él y le preguntemos lo que nosotros(as) debemos hacer bajo su dirección?
La palabra griega metanoia se tradujo de la Biblia en la versión Reina Valera 1960 como “arrepentimiento”. La traducción de la Biblia en la versión Reina Valera 1960 sigue siendo la versión de uso común (y oficial) en muchas iglesias. Lamentablemente en los contextos de las iglesias el arrepentimiento se queda enmarcado casi de forma exclusiva en términos del “pecado”. Sin embargo, el llamado del Texto Sagrado va mucho más allá que encerrar los sentidos entre las cuatro paredes de los edificios llamados iglesias. Muchas veces hemos caído en la tentación de creer que nosotros hacemos bien las cosas y no como “otros” que practican la “idolatría” con la repetición de rezos. Sin embargo, si no hay una experiencia real de transformación en cada uno(a) de nosotros(as), difícilmente podremos ver y experimentar el reinado de Cristo que entre nosotros está. Aunque las personas de nuestras comunidades no sean criminales, ni ladrones, ni asesinos, ni nada parecido; con todo, sigue vigente el llamado a la conversión que gritó Juan el Bautista en el desierto. He puesto como ejemplo una de las prácticas más comunes al interior de las iglesias, un medio de gracia según nuestra doctrina: la oración.
Aquello que parece que conocemos a la perfección y en donde, hoy, el Santo Espíritu sigue llamándonos a conversión y renovación. ¿Acaso la oración de poder que tanto anhela la gente de fe puede emerger en tanto seguimos abrazando la efímera ilusión de ordenarle a Dios lo que tiene que hacer a través de nuestro lindo y bien intencionado pliego petitorio? ¿Acaso no es cuando renunciemos a esa tentación que podríamos comenzar a vislumbrar el Reino de Dios en nuestro propio camino? ¿Estás de acuerdo que, aunque no somos delincuentes, hay muchas áreas de nuestra vida que necesitan arrepentimiento? Tal vez sea necesario ampliar el sentido de la traducción de la palabra arrepentimiento; tal vez se deba enriquecer con una percepción que incluya la entera transformación, el cambio de sentido, el cambio de mentalidad, la renovación de ser.
Alguna vez, habiendo expuesto este tema en alguna iglesia, al terminar el servicio alguien se acercó a mí para decirme: “¡muchas gracias! ¡estuvo increíble! ¡me hubiera gustado que estuviera aquí mi suegra que tanta falta le hace…” ¿Se puede percibir la resistencia a la confrontación que quiere hacer (y que constantemente hace) el Espíritu Santo a cada uno de nosotros, a cada una de nosotras? En tanto nuestra voluntad y nuestro corazón no estén dispuestos a vivir la transformación que Dios nos ofrece, difícilmente experimentaremos nuevas realidades; difícilmente dejaremos de ser como aquellos fariseos y saduceos a los que Juan habló frontal y duramente. Podremos seguir insistiendo con los mismos argumentos, pero permanecer en la costumbre de una vez más: eso ya me lo sé y, siempre es lo mismo.
El tiempo de Adviento no nos debería preparar para celebrar una navidad más al interior de las iglesias. El tiempo de Adviento y la celebración de la Navidad evocan una promesa que ya se cumplió: ¡el nacimiento de Jesucristo! Con base en la reflexión de lo que Dios ya ha cumplido en la historia, nuestro deber es hacer una reflexión honesta y profunda sobre nuestro quehacer en respuesta a la acción que Dios sigue haciendo en favor de la humanidad, pero de manera concreta en favor de cada uno(a) de nosotros(as). Si alguna pastora, si algún pastor, llega a la iglesia para cumplir con su trabajo sin experimentar una transformación total -y constante- de su vida y vocación, lo más probable es que se pierda gran bendición en el camino. De la misma forma, cualquier persona que vaya a la Iglesia sin creer ni reconocer que ése es un lugar donde Dios mismo eligió que habitara su Santo Nombre; lo más probable es que regrese a su lugar de residencia sin haber experimentado la Vida abundante que mostró Cristo.
Tradicionalmente la temporada de Adviento comienza por los meses de noviembre y diciembre en México; pero el llamado a la profunda reflexión está vigente todo el tiempo, a todas horas. Tratándose del tiempo presente de reflexión, tal vez la manera más fructífera de vivir esta temporada sería cuestionándonos: ¿en dónde hemos dejado de ser la Iglesia de Cristo? ¿dónde nuestro quehacer responde sólo a la costumbre o a las tendencias del mundo apartándose de verdadera razón y naturaleza de ser? ¿en qué áreas de nuestra vida necesitamos una urgente transformación?
¡El tiempo de reflexión es ahora! ¡Cristo ya ha nacido en la historia! ¿En dónde la promesa cumplida del nacimiento de Jesús nos desafía a renovar nuestra razón de ser, nuestra verdadera alabanza que se muestra en los actos cotidianos de nuestra vida? ¡El tiempo de renovación es hoy! ¡El tiempo de la transformación en Cristo es aquí y ahora! Amén.
Pbro. L. Antonio Lara González.
Capellán del Seminario Dr. Gonzalo Báez Camargo.