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Editorial

reformaMientras el centro-sur de México se prepara para la celebración sincretista del Día de los Muertos, y el norte del país ya hace sus preparativos para repetir la importada y ajena fiesta de Halloween, las iglesias cristianas protestantes históricas avanzan en sus arreglos para conmemorar el 498 Aniversario de la Reforma Religiosa del siglo XVI, el próximo 31 de octubre.

Podemos aprovechar esta circunstancia para repasar someramente los así llamados “cinco solos” de la Reforma. Al igual que las cuatro (o cinco) fuentes de la teología metodista, que no fueron señaladas directamente como tales por Juan Wesley, tampoco los “cinco solos” fueron estructurados en ninguno de los muchos escritos de la Reforma. Son nuestros analistas de aquel enfoque doctrinal que propusieron los reformadores quienes descubren esos cinco énfasis que representan los fundamentos de la doctrina protestante, o evangélica, como preferimos denominarla ahora. Cinco frases latinas que resumen el pensamiento reformador: Sola Fide, Sola Gratia, Solo Christus, Sola Scriptura, Solo Spiritu.

Con estos cinco gritos de guerra queremos decir que solamente la fe en la expiación de Jesucristo nos es requerida por el Padre para otorgarnos nuestra completa justificación, sin necesidad de las obras buenas; milagro redentor que es debido solamente a la gracia de Dios, ya que es imposible encontrar algo en nuestra vida que signifique una ofrenda meritoria con la cual sufragar ninguna proporción del infinito costo de nuestra salvación; y esto ha llegado a ser posible en estos términos sólo debido a la mediación eficaz del único Sumo Sacerdote, Cristo sacrificado, resucitado y ascendido, quien nos reconcilia con el Padre, sin que sea posible ninguna otra mediación pues no estaría divinamente autorizada; conclusión a la que llegamos únicamente por la explicación que se nos ofrece en las Sagradas Escrituras, sin que éstas necesiten ser confirmadas ni completadas a través de la tradición acumulada por la iglesia; Escrituras que, para ser bien entendidas, no se requiere del auxilio del magisterio de la iglesia como algo necesario, puesto que se nos ha señalado nada más al Espíritu Santo como revelador de la mente de Dios.

Estos fueron los temas de discusión, asuntos que hacen la verdadera diferencia entre el cristianismo católico y el cristianismo evangélico. Por ello nos parece extraño que algunos escritores consideren la frase -soli Deo gloria- como el quinto “solo”. Que solamente a Dios sea dada la gloria, no fue un asunto en controversia, ni establece una diferencia doctrinal de fondo entre católicos y protestantes. Al menos en el aspecto oficial, la teología formal de la Iglesia de Roma ya había definido en el Segundo Concilio de Nicea (año 787) que los santos canonizados y los ángeles podían recibir un tratamiento de dulía (veneración), y María recibiría la hiperdulía (máxima veneración), pero que solamente la Trinidad, y nadie más, debía recibir el culto de latría (adoración). Con estos términos, los aprobemos o no, el catolicismo ha defendido que en su intención no está el darle a nadie la gloria sino exclusivamente a Dios. Por lo mismo, este asunto no entró a discusión en la agenda de la Reforma.

No hemos logrado determinar el sustento histórico para deducir soli Deo gloria como el quinto “solo” de la doctrina protestante. Por supuesto que no podría referirse al hecho de que J. S. Bach usara esa frase para terminar sus composiciones religiosas puesto que, por un lado, no la empleó en todas sus obras, y por el otro, él inició su trabajo como compositor hasta ya entrado el siglo XVIII, lejos de los tiempos de la Reforma. Entonces, parecería más bien que proyecta un sesgo calvinista de los escritores que la manejan como el quinto “solo”. ¿Por qué lo decimos? Porque para la teología de Calvino, quien veía a Dios principalmente como soberano absoluto sobre la creación, Dios determinó, solamente por su voluntad y para su gloria, escoger a una parte de la humanidad para que se salve; mientras que escogió, por su voluntad y para su gloria, a la otra parte de la humanidad para que se condene eternamente. Por otro lado, podemos leer un párrafo del Catecismo de Ginebra, escrito por Calvino: “Dios nos ha creado y nos ha puesto en este mundo, para que él sea glorificado por medio de nosotros”. De igual modo, en la primera respuesta que ofrece el Catecismo Menor de Westminster (calvinista), leemos: “El fin principal del hombre es glorificar a Dios”.

Independientemente de las observaciones del párrafo anterior, “Solo Spiritu” es parte del argumento completo en la cadena de los “cinco solos”. Sería una pena perderlo pues fue un elemento básico del pensamiento reformador, y establece una diferencia sustancial entre los polos católico y evangélico. Soli Deo gloria parecería únicamente una conclusión devocional (pero no argumentativa) al final de los otros “solos”, o quizá un trasfondo de ellos, pero no sería un compañero de la misma naturaleza demoledora de este conjunto o cadena doctrinal que transformó a Europa y después al mundo, marcando un antes y un después en la historia humana.

Pbro. Bernabé Rendón M.

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Editorial

Época III, Año LXXXIV, Período 2014-2018, No. 26
Monterrey, N.L., 15 de septiembre, 2015

kenosis

Acabo de leer el Tomo II del Plan Rector Nacional, particularmente la Lección 3 – La Trinidad, inciso b) Dios hijo, pág. 27, 28. Allí está la frase: “Como cristianos tenemos un modelo de vida a seguir; este ejemplo es la vida de Jesús. En la Carta a los Filipenses 2:5-7 dice que Jesús se despojó de su divinidad para darnos ejemplo de una vida en santidad en la tierra” (resaltado mío). Esta es una redacción desafortunada que, por supuesto, entendemos se debió a un descuido en el uso de los términos, y no a una propuesta doctrinal deliberada. Como sea, necesitamos cambiar tal redacción en el PRN para no propiciar en nuestras iglesias el entendimiento equivocado de que Jesucristo dejó de ser Dios por 33 años. He enviado al Gabinete General una propuesta al respecto, tendiente a mejorar nuestro magnífico instrumento de desarrollo cristiano vigente en la IMMAR. Pero al margen de ese procedimiento administrativo, abordaré hoy el tema en este espacio, debido al interés que en sí mismo conlleva.

No sería posible que Jesucristo se despojara de su divinidad pues nunca dejó ni dejará su calidad de ser Dios, su divinidad. Si Jesucristo hubiera dejado de ser divino durante sus 33 años de vida terrenal, entonces tendríamos que pensar que la Trinidad dejó de existir durante ese tiempo, puesto que para que Dios sea un ser trino necesita de las tres personas divinas. Desde este punto de vista, el Hijo conservó indispensablemente su deidad mientras vivió entre nosotros.

Pero yendo más allá, debemos considerar la verdad histórica del cristianismo universal sobre la doble naturaleza de la persona del Verbo encarnado. En la encarnación el Hijo no se despojó de su naturaleza eterna, su divinidad; al contrario, recibió una nueva naturaleza que nunca tuvo antes, su humanidad. La encarnación no significó renunciar a una naturaleza, sino recibir una nueva naturaleza añadida a la anterior. En Cristo estuvieron dos naturalezas unidas, como lo dice nuestro Artículo de Religión II: “…dos naturalezas enteras y perfectas, la divina y la humana, se unieron en una sola persona para jamás ser separadas. Por lo tanto, hay un solo Cristo, verdadero Dios y verdadero Hombre…”

Por otro lado, la traducción del griego de Filipenses 2:7 no dice que Jesús dejó su divinidad, sino que se despojó a sí mismo (eautón). Notemos que no dice que se despojó de sí mismo. Hay un canto contemporáneo que dice, “…Siendo en forma de Dios se despojó de sí mismo…”, lo cual es un sensible error tanto gramatical-exegético como teológico. Si el texto dijera que el Hijo se despojó de sí mismo, habría una posibilidad de que se vaciara de su divinidad. Pero si dice que se despojó a sí mismo, nos aleja de esa posibilidad y nos lleva a la idea de que se vació de algo que nada tenía que ver con su esencia, sino de privilegios y condiciones que gozaba en los cielos.

Esto nos remite a un viejo tema que en diferentes momentos de la historia de la iglesia ha surgido y resurgido para la discusión teológica, la kénosis del Señor. La palabra griega exacta que aparece en Fil. 2:7 es ekénosen, y es una declinación del verbo kenoo (vaciar), de grado que de ese verbo obtenemos el sustantivo kénosis (el vaciamiento). Es necesario advertir que todas las veces que ese término griego aparece en el Nuevo Testamento se aplica de manera metafórica, nunca literalmente (Ro. 4:14; 1 Co. 1:17; 9:15; 2 Co. 9:3), razón por la que no debe entenderse que Fil. 2:7 está explicando un vaciamiento real del Verbo eterno. Las conclusiones radicales acerca de la kénosis de Cristo consisten en afirmar que nuestro Señor se desvistió de sus atributos divinos, es decir, de su divinidad, pero han sido muy pocas debido a lo inaceptables que son. Las conclusiones moderadas afirman que se despojó solamente de algunos de sus atributos divinos por ser incompatibles con su humanidad. Y las conclusiones más ortodoxas, las más apegadas a la cristología del Nuevo Testamento, tal como lo afirmaron los reformadores en el siglo XVI, describen a Cristo con su gloria encubierta, pero sin la remoción de su deidad. Esta última explicación de la kénosis ha sido compartida también por la iglesia católica.

Por lo anterior, la doctrina cristiana general propone que Cristo retuvo sus atributos divinos, pues son requeridos para conservar su deidad, pero su humanidad representó por un lado un doloroso ocultamiento de su gloria y la renuncia a ser servido y adorado en los cielos mientras desempeñó su ministerio terrenal, y por otro lado significó no recurrir a sus cualidades esenciales y eternas para emplearlas en su beneficio durante los tiempos de tentación, prueba, sufrimiento y muerte. Así, nuestro Salvador siempre fue, es y siempre será verdadero Dios.

Pbro. Bernabé Rendón Morales

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Editorial

Época III, Año LXXXIV, Período 2014-2018, No. 25
Monterrey, N.L., 31 de agosto, 2015

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El 28 de agosto se conmemoró en México el Día del Adulto Mayor, o como lo prefirieron llamar muchos, el Día del Abuelito. Esto nos llamó a todos a voltear hacia ese 10% de la población mexicana que suma alrededor de 12 millones de personas que han llegado a su tercera edad. Y se volvieron a decir discursos exhortando a la población vigorosa (niños, jóvenes y adultos) a honrar a los viejos, a considerar sus limitaciones, a respetarlos. No habría necesidad de tanta recomendación, dentro y fuera de las iglesias, si no fuéramos una generación utilitaria en la era industrializada. El mundo de hoy gira alrededor de los jóvenes porque poseen mayor agilidad para moverse en el empleo de los instrumentos tecnológicos y de comunicación. Los ancianos eran respetados hace algunas generaciones porque la vida era más sencilla, y ellos habían perfeccionado habilidades y conocimientos sobre la vida agrícola y la producción artesanal, lo que los hacía personas en ópticas condiciones de producción de ganancias y capaces para ofrecer asesoría. La gente de hoy está acostumbrada, por razones prácticas, a desechar todo lo que no produce dividendos, así que los viejos estorban y amenazan la comodidad. Y, por si fuera poco, en lugar de producir ingresos originan gastos.

Además, nuestro mundo centrado en la juventud no sólo por razones de producción, sino también por ser protagonistas deportivos y por el culto cotidiano a la belleza, no encuentra ninguna razón para brindar alguna especial consideración hacia personas en franco deterioro físico. Saber esto hace que las personas teman envejecer y procuren detener el decaimiento fisiológico a través de simples cremas y pinturas. Muchos laboratorios explotan este temor y ofrecen sus productos afirmando que hay fórmulas científicas para detener el envejecimiento, consiguiendo ventas seguras. Y ni qué decir de las tantas cirugías que dejan rostros con resultados patéticos, porque hubo clínicas que apelaron al miedo de personas que suponen la vejez se puede evadir.

Si a lo anterior sumamos que las jubilaciones en su mayor parte significan una reducción del ingreso familiar de los ancianos, que se sienten humillantemente dependientes de la ayuda de otros, que no son consultados ni tomados en cuenta en la toma de decisiones, que se sienten inútiles al cesar su vida laboral, que sufren los achaques de la edad, que suponen lo emocionante de la vida se les acabó, no es de extrañar que deseen morirse. El sociólogo evangélico Tony Campolo citaba una vez a un filósofo que dijo que “hacemos tanto ruido en la Navidad porque estamos tratando de acallar el macabro ruido que produce la hierba creciendo sobre nuestra propia tumba”.

La sociedad debería ser más justa al procurar provisiones suficientes y seguras para garantizar una vida digna a este sector débil de su población que una vez fue vigorosa y productiva. Las familias deberían incorporar a los viejitos en la dinámica activa del núcleo para hacerlos participar vitalmente. La iglesia local debería incluirlos en los espacios de servicio o de enseñanza. La iglesia como denominación debería asignar a sus ministros pensionados a las diferentes comisiones para que actúen ya como consejeros, ya como integrantes activos.

Pero los ancianos mismos deberían aceptar su edad como uno de los planes sabios de Dios dentro de su ciclo vital. Deberían aceptar que lo que antes hacían les toca ahora a las nuevas generaciones hacer, y deben apoyarlas como si se tratara de un cambio de turno en una empresa. Y sobre todo, deberían evitar el dejarse caer, y mantener el interés en su propio funcionamiento, escuchando los llamados de Dios a nuevas empresas y aventuras de fe. Deben aceptar su edad como un estado de honorabilidad, puesto que Dios mismo se describe como un “anciano de Días” (Dn. 7:9); y Jesucristo es revelado sin ambages en Patmos con características de ancianidad (Ap. 1:14). Así mismo, en la visión celestial de Juan se presentan en una escena majestuosa 24 ancianos como elementos estratégicos comisionados para adorar al eterno Dios y a su Hijo glorificado (Ap. 4:4, 11; 5:5-8, 14; 7:11-13; 11:16-18; 14:3; 19:4). Y por supuesto, recordar que en la Biblia los ancianos eran necesarios para ejercer el gobierno, para dar a conocer sabiduría y para juzgar sobre asuntos de la vida (Lv. 4:13-15; Nm. 11:16-17; Hch. 14:23; Tit. 1:5; 1P. 5:1-5).

Pbro. Bernabé Rendón M.

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Editorial

Época III, Año LXXXIV, Período 2014-2018, No. 23
Monterrey, N.L., 15 de agosto, 2015

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En México estamos ya avanzando en el mes de la Biblia, agosto de 2015. Los evangélicos celebraremos el domingo 30 como Día de la Biblia. La mayoría de los países latinoamericanos celebrarán este día especial hasta finales del mes de septiembre, recordando que la primera Biblia en toda la historia que se vertió al español desde sus idiomas originales, hebreo y griego, fue la Biblia protestante que tradujo el valiente reformador español, mientras era perseguido por la Inquisición, Casiodoro de Reina, en septiembre de 1569.

La importe aportación a la cultura universal que hiciera Casiodoro de Reina, aprovechando el reciente invento de la imprenta, era un signo más del redescubrimiento de la Biblia que Europa estaba viviendo gracias al movimiento de la Reforma Protestante. Esa edición en castellano, denominada Biblia del Oso, aunque estaba condenada y prohibida, se agotó en pocos años.

Los análisis que se han hecho de los escritos reformistas hacen que hoy algunos sugieran que los cinco énfasis cruciales de aquellos fueron: la justificación por la fe, la gracia de Dios, la mediación de Cristo, la supremacía de las Sagradas Escrituras y el magisterio del Espíritu; mientras que otros sustituyen el magisterio del Espíritu, proponiendo en su lugar la búsqueda de la gloria de Dios. Incluso, otros encuentran que los más grandes principios de la Reforma se enlistan de modo muy diferente, como lo hace el teólogo y académico metodista norteamericano Albert Cornelius Knudson (fallecido), quien descubre los siguientes: el derecho al juicio privado, la justificación por la fe, la autoridad de las Escrituras, la santidad de la vida común y la validez autónoma de la fe del individuo. Pero encontramos en todos un factor común, reconocer la supremacía de la autoridad de las Escrituras como Palabra de Dios. Aunque hay que agregarle la palabra “sola”, para ser más exactos, ya que la Iglesia Católica siempre ha reconocido la máxima importancia que tiene la Biblia, pero siendo igualada con su compañera de inspiración, que es la tradición. Los reformadores separaron la Biblia de la tradición concediéndole sólo a ella la inspiración divina, así que para ellos era la Biblia sola, sola scriptura.

El primer reformador, Martín Lutero, era un monje de la orden de los agustinos, y esta orden prescribía en su Reglamento la lectura de las Escrituras, pero Lutero empezó a tener tal hambre creciente por ellas, que las leía con tanta avidez que uno de sus maestros en el monasterio de Erfurt lo increpó, “Hermano Martín, deje la Biblia, lea a los maestros antiguos en quienes se encuentra la médula misma de la Biblia, cuya simple lectura inquieta”. La Iglesia Católica sentía tanto respeto por las Escrituras que pensaba que nadie debía intentar entenderlas, y menos interpretarlas, en forma privada. Las verdades de Dios no están en la superficie, por lo que encontrarlas requería del trabajo concienzudo de todos los maestros de la historia cristiana, quienes habían hecho la inmensa tarea de ayudar a los creyentes a leer y entender la Palabra de Dios. Así pues, debía dependerse rigurosamente del magisterio de la iglesia y de la tradición para no extraviarse. Aquel maestro de Lutero comenzó a ver lo que le parecía un grave peligro, el monje comenzaba a dirigirse hacia una interpretación privada de la Biblia.

Pero lo mismo que sucedió a Lutero, sucedió a Zwinglio, a Calvino y a otros más. Y había sucedido antes a los Hermanos Valdenses, a Wyclif, a Juan Hus y a Savonarola. La verdad no siempre estaba en el magisterio y la tradición de la iglesia, pero siempre estaba en la Biblia, y a veces no coincidían. Hallaron, por lo tanto, que el magisterio de la iglesia no era confiable para llegar a las verdades reveladas de Dios, y hallaron también que el mismo Espíritu que inspiró las Escrituras podía guiarlos a entenderlas. El carácter impetuoso que padecía Lutero lo llevó a escribir: “Con la Biblia en la mano, el hombre común, el muchacho de nueve años, la moza del molino, saben más de la verdad divina que el Papa sin aquella”. Los reformadores tradujeron y explicaron la Biblia a la gente, usando el lenguaje común de cada pueblo, se la entregaron para que la leyeran directamente, y las verdades de Dios llenaron los corazones. Desde entonces, la Biblia es el libro del protestantismo. Si un católico tuviera que salir a una empresa peligrosa, recibiría de su iglesia un libro de oraciones, una cruz, una medallita o algún amuleto religioso; pero si un protestante saliera, recibiría de su iglesia un Nuevo Testamento o una Biblia, no podría ser de otro modo.

Pero debemos tener cuidado. Para los reformadores proclamar la supremacía de la autoridad de la Biblia no era un fin en sí mismo. No se trataba de liberarse de la tiranía del Papa para caer en la tiranía de un libro. No eran bibliólatras. La idea no era preferir un compendio de ideas correctas. Para ellos, y así lo habían experimentado personalmente, la Biblia, recibida por la fe, los llevaba al conocimiento de un Dios vivo y verdadero en quien debían encontrar un poder y una gracia que transformaban profundamente la vida. La Reforma echó mano de las Escrituras para producir personas nuevas y comunidades transformadas. Y fue el mismísimo caso del avivamiento metodista en Inglaterra, dos siglos después, de nuevo la Biblia fue redescubierta y puesta en las manos del pueblo, con la esperanza de que a través de ella una sociedad en franca descomposición encontrara a un Salvador que la hiciera revivir.

Así que lo básico aquí no es si somos lectores conservadores o liberales del libro de Dios, no es si nuestra mente prefiere echar mano de los recursos científicos de la alta crítica bíblica o si de plano preferimos la orientación fundamentalista. Estas cosas son importantes, pero no son asuntos cardinales cuando se trata de buscar sinceramente el consejo sabio de Dios. Lo básico es: ¿Somos lectores directos de las Sagradas Escrituras? Y si lo somos, ¿ellas nos están relacionando con la poderosa gracia de un Dios que transforma la vida y nos incita a anhelar la transformación de nuestro mundo? “Para que vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios” (1ª Co. 2:5).

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Posición sobre la unión de personas del mismo sexo

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Esta Declaración Episcopal fue publicada hace dos números, y volvemos a incluirla en la edición actual, debido a que representa una definición oficial como postura de la IMMAR ante los cambios que se reflejan en el comportamiento social debido al amparo que las instancias civiles de México brindan a la unión matrimonial de personas del mismo sexo. Esta Declaración nos brinda dirección mientras el tema sigue palpitando dentro de las mentes de personas, familias y congregaciones cristianas metodistas mexicanas.


 COLEGIO DE OBISPOS DE LA IMMAR
AL PUEBLO LLAMADO METODISTA:
POSICIÓN SOBRE LA UNIÓN DE PERSONAS DEL MISMO SEXO

1.- SEPARACIÓN IGLESIA-ESTADO:
En México, el artículo 40 constitucional establece la laicidad del Estado, y por ende fortalece el principio histórico-político de separación Iglesia-Estado, proveyendo una sana pluralidad de esferas entre la ideología política y la religiosa. Por su parte, el artículo 24 de la misma Constitución apunta al ejercicio de la libertad de conciencia por el libre pensamiento; así también, el estado civil es reconocido por el Estado como una institución de derecho y el matrimonio como un contrato social que permite perpetuar la cohesión. Sin embargo, conviene precisar la diferencia entre el matrimonio como institución jurídica y el matrimonio como institución religiosa, y específicamente de la Iglesia Metodista de México, A.R.

2.- NATURALEZA TEOLÓGICA DEL MATRIMONIO:
En cuanto a la cuestión jurídica, respetamos las leyes que lo amparan, aun la aprobación de personas del mismo sexo vinculándose jurídica y socialmente en la institución legal del matrimonio. En cuanto a los Derechos Humanos, su libertad para creer y decidir es inalienable, como el derecho a la vida, a la salud, al trabajo, al estudio, a la vivienda, etc.; pero en cuanto al aspecto teológico, nuestra creencia y convicción está en la Palabra de Dios llamada tradicionalmente La Biblia, y ésta establece claramente que Dios ha creado al hombre y la mujer como complementos para la institución matrimonial; prohibiendo, por tanto, la unión entre personas del mismo sexo. Citamos algunos pasajes de nuestra doctrina directamente de la Biblia:

a) Dios creó al ser humano como hombre y mujer a su imagen y semejanza. Génesis 1:27 dice: «Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó»; la sexualidad humana, pues, se manifiesta en dos géneros, no en 3, 4 o 5.

b) El propósito de Dios al crear al hombre y a la mujer de acuerdo a la Biblia, en Génesis 1:28 dice, «Multiplicaos, llenad la tierra y sojuzgadla», es de procreación y perpetuidad de la especie. La unidad entre personas del mismo sexo no cumple con ese propósito ordenado por Dios.

c) Existen varios pasajes bíblicos que manifiestan la desaprobación a la unión entre personas del mismo sexo por ejemplo: Génesis 19:5, donde la palabra hebrea Yada significa «conocer a alguien», pero también significa «tener relaciones sexuales». 900 veces se menciona en la Biblia, y de éstas sólo 12 tienen el segundo significado; pero la hermenéutica nos da luz, pues el contexto de este pasaje nos hace pensar claramente que se estaba refiriendo no a una hospitalidad generosa, sino a una práctica no correcta. Este pasaje debe también interpretarse con Judas 7.

d) Levítico 18:22: «No te echarás con varón como con mujer; es abominación».

e) Levítico 20:13: «Si alguno se ayuntare con varón como con mujer, abominación hicieron; ambos han de ser muertos; sobre ellos será su sangre».

f) En el libro de Mateo 19:4 donde se habla de otro tema, Jesús retoma el pasaje de Génesis y dice “¿No habéis leído que el que los hizo al principio, varón y hembra los hizo?” Aquí Jesús admite al matrimonio de un hombre y una mujer, no de otra concepción.

g) Romanos 1:26 y27: «Por eso Dios los entregó a pasiones vergonzosas, pues aun sus mujeres cambiaron las relaciones naturales por las que van contra la naturaleza. Del mismo modo también los hombres, dejando la relación natural con la mujer, se encendieron en su lascivia unos con otros, cometiendo hechos vergonzosos hombres con hombres, y recibiendo en sí mismos la retribución debida a su extravío».

h) 1a. Corintios 6:9-10: «¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No os dejéis engañar: ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores heredarán el reino de Dios».

i) 1a Timoteo 1:10: «… para los inmorales, homosexuales, secuestradores, mentirosos, los que juran en falso, y para cualquier otra cosa que es contraria a la sana doctrina»

3. PREVENCIÓN DE LA DISCRIMINACIÓN EN LA IGLESIA:

a) CREDO SOCIAL.- Segunda parte, No. 2, página 75: «Todos los hombres y mujeres, por haber sido creados a la imagen y semejanza de Dios, tienen derechos que son inalienables. Fuera del ambiente de la Iglesia Cristiana estos son conocidos como derechos humanos. Defenderemos estos derechos»

Postulado lo anterior, en la Iglesia Metodista de México, A.R., por acatamiento a las leyes nacionales y los derechos humanos, respetamos el matrimonio entre personas del mismo sexo como estado civil relativo a la institución jurídica del matrimonio; pero sólo en su status jurídico y de derechos humanos, no como una ley coercitiva para la Iglesia, puesto que la Iglesia sólo bendice el matrimonio, y el matrimonio religioso en la Iglesia Metodista no tiene como fin establecer un vínculo legal ante la sociedad (por lo que su naturaleza es distinta y separada de los efectos legales que atañen a la esfera jurídica).

4.- NATURALEZA DEL SACRAMENTO Y SERVICIO DE LA IMMAR:
En relación a los sacramentos, la IMMAR reconoce dos, el Bautismo y la Santa Cena. El matrimonio no se considera un sacramento como es el caso de algunas otras iglesias. Sin embargo, al realizarlo en el nombre de Jesucristo, el matrimonio es bendecido por Dios, y de acuerdo a nuestra Disciplina un ministro sólo podrá efectuarlo entre un hombre y una mujer.

5.- EN CUANTO A LA DISCIPLINA DE LA IGLESIA METODISTA DE MEXICO, A.R.

a) ARTICULO 337, PÁGINA 196.»EL PASTOR Y EL MATRIMONIO: Ningún pastor de la Iglesia Metodista de México, A.R., podrá solemnizar el matrimonio de una persona divorciada, a menos que ésta sea la parte inocente de un divorcio cuya causal haya sido el adulterio o su equivalente moral y/o físico comprobado. Tampoco podrá realizar una ceremonia matrimonial que no sea entre un hombre y una mujer. Creemos que el matrimonio es una institución establecida y bendecida por Dios. Esta unidad será sólo entre un hombre y una mujer que mutuamente pronuncien votos de fidelidad, amor y unidad ante Dios así como ante el gobierno civil. El matrimonio fue instituido por Dios como un pacto para el compañerismo, la unidad, la satisfacción sexual y la perpetuación de la especie. Todo Pastor estará obligado a cerciorarse de que el estado civil de los contrayentes no viole este Artículo. Igualmente deberá comprobar fehacientemente, antes de solemnizar el matrimonio de una pareja, que ésta haya cumplido los respectivos requisitos civiles y que no se violen los preceptos de la Iglesia relativos al divorcio».

b) CREDO SOCIAL.- Inciso b, página 74: «Protección a la familia por la simple norma de la pureza moral. Reglamentación adecuada del matrimonio. Leyes específicas acerca del divorcio. Habitaciones sanas, cómodas, bellas».

c) CREDO SOCIAL .- Segunda Parte, inciso 3, página 75: «Realizaremos todos aquellos programas o actividades que prevengan, detengan o combatan intereses y prácticas que lesionen y degraden la dignidad humana, tales como: tabaquismo, el alcoholismo, la drogadicción, la pornografía, la prostitución, la homosexualidad, el racismo, la discriminación, la explotación humana, la guerra, el terrorismo, la miseria y cosas semejantes a estas. Amamos al pecador, pero no al pecado».

CONCLUSIÓN:
Jurídicamente hablando, la Iglesia Metodista de México A.R. respeta la unión de dos personas del mismo sexo; somos una Iglesia que, según Romanos 13, reconocemos a las autoridades y sus leyes. Sin embargo, al decir de Hechos 5:29, como cristianos e hijos de Dios, nuestra esencia está en Dios y en Jesucristo su único Hijo, por lo tanto, seremos y seguiremos fieles a quien nos debemos.

En materia de derechos humanos, todos tienen derechos inalienables; y aunque la sexualidad no es básicamente una necesidad inexorable e inmanente para la sobrevivencia, respetamos el derecho de los individuos a pensar y decidir, como dijo Juan Wesley, “En lo esencial, unidad; en lo no esencial, libertad; y en todas las cosas, caridad”, que aplica en relación a los derechos de los individuos a decidir.

En cuanto al ámbito de la Iglesia, nuestra norma de fe y conducta, la Biblia, señala que la unión entre personas del mismo sexo es un pecado, un quebranto, una deformación de carácter que tiene que ver con situaciones psicológicas y sociales; y que sí hay esperanza, pues lo aprendido se puede desaprender, las heridas pueden sanar, y en este sentido todas las personas -incluyendo las que tienen preferencia por el mismo sexo- tienen las puertas abiertas de la Iglesia, los brazos abiertos del Padre y de Jesucristo, y la mente abierta de sus ministros y miembros para recibirles, amarles y ayudarles en su restauración.
Aclaramos que este pecado no es más grave ni menos que todos los demás que señalan las Sagradas Escrituras, es igual a la injusticia, la corrupción, la mentira, el robo, etc. Que la preferencia sexual no es el sustento social, psicológico, médico, histórico, científico para aprobar una conducta insana, pues alguien podría preferir tener relaciones con su hija, o una hija con su padre, o un adulto con un bebé, pero, ¿sería esto correcto? Que el principio de extinción aflora evidentemente: si todos tomáramos esa conducta, no habría sociedad que dure 100 años, nos extinguiríamos, y en ese sentido no debemos aprobar leyes que nos lleven al nihilismo.

Nuestros ministros no oficiarán, ni bendecirán ninguna unión de personas del mismo sexo, y ninguna de nuestras instalaciones será usada para ello.

La Iglesia Metodista de México está para establecer ética y moralmente el bien, la virtud, la felicidad, basados en la Biblia y sus normas y mandamientos. Sea que se haya concebido con intelectualismo moral, como vivencia de la virtud, o como el deber ser; o el principio de alteridad (ser por otros) o en virtud de otros, estamos para ser mejores en Cristo Jesús, para establecer la santidad de la vida en todos sus expresiones, aún la sexual.

Declaramos que Dios es el Creador y sustentador de todas las cosas, y que él no se equivoca al crearnos como hombre y mujer; que en esta unidad reflejamos su imagen y semejanza; que al recibir a Cristo como Señor y Salvador somos parte de su Reino, y estamos llamados a establecer el Reino y sus valores; somos llamados para la alabanza de la gloria de su nombre.

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COLEGIO DE OBISPOS DE LA IGLESIA METODISTA DE MÉXICO, A.R.
Presidente: Obispo Juan Pluma Morales
Secretario: Obispo Felipe de Jesús Ruiz Aguilar

Editorial

Época III, Año LXXXIV, Período 2014-2018, No. 23

Monterrey, N. L., 1 de agosto, 2015


El Cuerpo Fundamental del Metodismo

Pbro. Bernabé Rendón Morales

En estos días estamos terminando la celebración de las Conferencias Anuales, habitualmente convocadas durante los meses de junio y julio. Las seis áreas episcopales se dan cita en diferentes ciudades e iglesias para que pastores y delegados laicos se reúnan para escuchar informes, trabajen con la planeación de metas y actividades bajo el programa general de la IMMAR, celebren elecciones, se reciban los nombramientos pastorales para el nuevo año conferencial, y traten asuntos semejantes. En la edición anterior de este periódico publicamos las crónicas de dos Conferencias, y en la actual edición estamos publicando otras tres.

El libro de la Disciplina dice en el Art. 21 que las Conferencias Anuales son los “cuerpos fundamentales de la iglesia” (1). Pero extraña que tan elocuente frase no tenga explicación alguna ni en este Artículo ni en ninguna parte de la Disciplina. Habría que clarificar qué se pretende decir aquí con la palabra “fundamental”, y por qué se aplica a la Conferencia Anual. Lo cierto es que ese término simplemente lo heredamos del libro de la Disciplina de la Iglesia Metodista Unida de los Estados Unidos de Norteamérica. En la Disciplina norteamericana es donde se aclara en su Art. 33 que la Conferencia Anual es fundamental por cuatro razones: 1) Porque tiene la capacidad de ratificar o rechazar las enmiendas legislativas aprobadas por la Conferencia General, 2) Porque en ella se eligen a los delegados pastorales y laicos ante la Conferencia General y otros organismos superiores de gobierno, 3) Porque en ella es donde se concede la ordenación pastoral, y 4) Porque ella regula las relaciones y el carácter de los pastores (2).

Aun con la buena explicación de la Disciplina norteamericana, pensamos que hay una razón todavía más trascendental por la que este cuerpo debería ser fundamental para la vida de la iglesia. Esa razón ha hecho que, a pesar de que las iglesias metodistas sean diferentes según el país donde estén organizadas, sin embargo en todas ellas haya este elemento común, en todas existe la Conferencia Anual, aunque algunas iglesias le hayan cambiado sólo el nombre. Y, por supuesto, participamos universalmente de este cuerpo gubernamental porque fue establecido por el mismo Juan Wesley, a partir de aquella primera Conferencia Anual que él convocó y presidió durante los días 25 al 30 de junio de 1842, en la Ciudad de Londres. Para él era tan importante esta asamblea anual que nunca dejó de celebrarla hasta el fin de sus días.

¿Qué la hace fundamental? El propósito para el cual fue diseñada. Era el mismo propósito por el que Jesucristo reunió aparte muchas veces a sus 12 apóstoles, celebrando con ellos de manera particular sesiones de instrucción y de exhortación acerca de los asuntos del reino, y dinámicas de oración y ayuno. Fue el propósito que movió a los apóstoles a celebrar aquel primer concilio en Jerusalén (Hch. 15), y que motivó a San Pablo a citar a los ancianos de Éfeso en una reunión a la orilla del mar en Hch. 20:17-38. Había que interactuar entre los miembros del liderazgo y la comunidad cristiana, con el fin de asegurar la marcha saludable de la obra de Dios.

Ese fue el mismo plan que pesaba en la mente y corazón de Wesley. Por eso, en la primera Conferencia se acordó que el propósito de ella, y de las siguientes, sería trabajar con tres preguntas: 1) ¿Qué debemos enseñar? 2) ¿Cómo debemos enseñar? 3) ¿Cómo reglamentar la doctrina, la disciplina y la práctica? (3). Eran tres aspectos sobre un mismo tema: Establecer cuál sería la doctrina correcta del metodismo, definir las formas como tal doctrina se daría a conocer a una nación que necesitaba ser transformada, y clarificar concretamente cómo se traduciría esa doctrina en las actividades de la vida práctica para evitar que todo denigrara en un asunto de mera teoría ajena de la vida cristiana. Este mismo tema fue el de todas las conferencias presididas por el Sr. Wesley. Por eso la Conferencia Anual era fundamental para el metodismo, de allí emanaba 1) la sana doctrina, 2) los métodos de predicación, evangelización y discipulado, y 3) la vigilancia estricta tanto del programa de aquel movimiento renovador como del carácter ético de pastores y laicos. Para cubrir este propósito triple de instrucción-planeación-supervisión, en la opinión del mismo Wesley, la Conferencia debía durar alrededor de nueve días.

En México, sin caer en el error de generalizar, pareciera que la Conferencia Anual tiene como único fin el dar los nombramientos pastorales. Al menos eso piensan varios miembros en plena comunión que nunca han asistido a alguno de estos períodos de sesiones. Y ante la tradición obsoleta que metodistas de otros países ya han superado desde hace varios años, consistente en mantener escondido en secreto el nombramiento de cada pastor, para revelarlo en la última actividad del período de sesiones, se propicia involuntariamente que también para muchos pastores la Conferencia Anual sea sólo el lugar donde recibirá su nombramiento.

Tanto en los tiempos bíblicos, como en la época del avivamiento metodista original, la Conferencia Anual, o su equivalente, era fundamental como instancia necesaria y estratégica para no perder el rumbo, para desplazarse bien sobre las vías, para conservar el enlace entre doctrina y acción. Fue un instrumento necesario para asegurar la vitalidad ordenada de la manifestación del Espíritu Santo, ¡qué grande bendición fue! Nuestra Disciplina sigue diciendo que la Conferencia Anual es el cuerpo fundamental del metodismo, pero ¿cómo lograr que esta frase se vuelva algo real en la IMMAR?

Pbro. Bernabé Rendón M.

  • Disciplina de la IMMAR, Edición 2010-2014, pág. 69.
  • Disciplina de la IMU, Edición 2012, Casa Metodista Unida de Publicaciones, Nashville, pág. 35.
  • Lelievre, Mateo, Juan Wesley: Su Vida y Su Obra, Casa Nazarena de Publicaciones, Kansas City, 1979, pág. 136.

Editorial

Época III, Año LXXXIV, Período 2014-2018, No. 22

Chihuahua, Chih., 15 de julio, 2015


En esta ocasión, en lugar de escribir el Editorial, cedo el lugar para publicar aquí este Comunicado del Colegio de Obispos de la IMMAR.

COLEGIO DE OBISPOS DE LA IMMAR

AL PUEBLO LLAMADO METODISTA:

Posición sobre la unión

de personas del mismo sexo

1.- SEPARACIÓN IGLESIA-ESTADO:

En México, el artículo 40 constitucional establece la laicidad del Estado, y por ende fortalece el principio histórico-político de separación Iglesia-Estado, proveyendo una sana pluralidad de esferas entre la ideología política y la religiosa. Por su parte, el artículo 24 de la misma Constitución apunta al ejercicio de la libertad de conciencia por el libre pensamiento; así también, el estado civil es reconocido por el Estado como una institución de derecho y el matrimonio como un contrato social que permite perpetuar la cohesión. Sin embargo, conviene precisar la diferencia entre el matrimonio como institución jurídica y el matrimonio como institución religiosa, y específicamente de la Iglesia Metodista de México, A.R.

2.- NATURALEZA TEOLÓGICA DEL MATRIMONIO:

En cuanto a la cuestión jurídica, respetamos las leyes que lo amparan, aun la aprobación de personas del mismo sexo vinculándose jurídica y socialmente en la institución legal del matrimonio. En cuanto a los Derechos Humanos, su libertad para creer y decidir es inalienable, como el derecho a la vida, a la salud, al trabajo, al estudio, a la vivienda, etc.; pero en cuanto al aspecto teológico, nuestra creencia y convicción está en la Palabra de Dios llamada tradicionalmente La Biblia, y ésta establece claramente que Dios ha creado al hombre y la mujer como complementos para la institución matrimonial; prohibiendo, por tanto, la unión entre personas del mismo sexo. Citamos algunos pasajes de nuestra doctrina directamente de la Biblia:

a)  Dios creó al ser humano como hombre y mujer a su imagen y semejanza. Génesis 1:27 dice: «Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó«; la sexualidad humana, pues, se manifiesta en dos géneros, no en 3, 4 o 5.

b)  El propósito de Dios al crear al hombre y a la mujer de acuerdo a la Biblia, en Génesis 1:28 dice, «Multiplicaos, llenad la tierra y sojuzgadla«, es de procreación y perpetuidad de la especie. La unidad entre personas del mismo sexo no cumple con ese propósito ordenado por Dios.

c)  Existen varios pasajes bíblicos que manifiestan la desaprobación a la unión entre personas del mismo sexo por ejemplo: Génesis 19:5, donde la palabra hebrea Yada significa «conocer a alguien«, pero también significa «tener relaciones sexuales«. 900 veces se menciona en la Biblia, y de éstas sólo 12  tienen el segundo significado; pero la hermenéutica nos da luz, pues el contexto de este pasaje nos hace pensar claramente que se estaba refiriendo no a una hospitalidad generosa, sino a una práctica no correcta. Este pasaje debe también interpretarse con Judas 7.  Algunos otros pasajes a considerar son:

– Levítico 18:22: «No te echarás con varón como con  mujer; es abominación«.

– Levítico 20:13: «Si alguno se ayuntare con varón como con mujer, abominación hicieron; ambos han de ser muertos; sobre ellos será su sangre«.

– En el libro de Mateo 19:4 donde se habla de otro tema, Jesús retoma el pasaje de Génesis y dice “¿No habéis leído que el que los hizo al principio, varón y hembra los hizo?” Aquí Jesús admite al matrimonio de un hombre y una mujer, no de otra concepción.

–  Romanos 1:26 y 27: «Por eso Dios los entregó a pasiones vergonzosas, pues aun sus mujeres cambiaron las relaciones naturales por las que van contra la naturaleza. Del mismo modo también los hombres, dejando la relación natural con la mujer, se encendieron en su lascivia unos con otros, cometiendo hechos vergonzosos hombres con hombres, y recibiendo en sí mismos la retribución debida a su extravío«.

–  1a. Corintios 6:9-10: «¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No os dejéis engañar: ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores heredarán el reino de Dios«.

–  1a Timoteo 1:10: «… para los inmorales, homosexuales, secuestradores, mentirosos, los que juran en falso, y para cualquier otra cosa que es contraria a la sana doctrina«

3. PREVENCIÓN DE LA DISCRIMINACIÓN EN LA IGLESIA:

a) El Credo Social de la Iglesia Metodista de México A.R. establece en su segundo punto: «Todos los hombres y mujeres, por haber sido creados a la imagen y semejanza de Dios, tienen derechos que son inalienables. Fuera del ambiente de la Iglesia Cristiana estos son conocidos como derechos humanos. Defenderemos estos derechos«

Postulado lo anterior, en la Iglesia Metodista de México, A.R., por acatamiento a las leyes nacionales y los derechos humanos, respetamos el matrimonio entre personas del mismo sexo como estado civil relativo a la institución jurídica del matrimonio; pero sólo en su status jurídico y de derechos humanos, no como una ley coercitiva para la Iglesia, puesto que la Iglesia sólo bendice el matrimonio, y el matrimonio religioso en la Iglesia Metodista no tiene como fin establecer un vínculo legal ante la sociedad (por lo que su naturaleza es distinta y separada de los efectos legales que atañen a la esfera jurídica).

4.- NATURALEZA DEL SACRAMENTO Y SERVICIO DE LA IMMAR:

En relación a los sacramentos la IMMAR, reconoce a dos, el Bautismo y la Santa Cena. El matrimonio no se considera un sacramento como es el caso de algunas otras iglesias. Sin embargo al realizarlo en el nombre de Jesucristo, el matrimonio es bendecido por Dios, y de acuerdo a nuestra Disciplina un ministro sólo podrá efectuarlo entre un hombre y una mujer.

5.- EN CUANTO A LA DISCIPLINA DE LA IGLESIA METODISTA DE MEXICO, A.R.

a)   ARTICULO 337, «EL PASTOR Y EL MATRIMONIO: Ningún pastor de la Iglesia Metodista de México, A.R., podrá solemnizar el matrimonio de una persona divorciada, a menos que ésta sea la parte inocente de un divorcio cuya causal haya sido el adulterio o su equivalente moral y/o físico comprobado. Tampoco podrá realizar una ceremonia matrimonial que no sea entre un hombre y una mujer. Creemos que el matrimonio es una institución establecida y bendecida por Dios. Esta unidad será sólo entre un hombre y una mujer que mutuamente pronuncien votos de fidelidad, amor y unidad ante Dios así como ante el gobierno civil. El matrimonio fue instituido por Dios como un pacto para el compañerismo, la unidad, la satisfacción sexual y la perpetuación de la especie. Todo Pastor estará obligado a cerciorarse de que el estado civil de los contrayentes no viole este Artículo. Igualmente deberá comprobar fehacientemente, antes de solemnizar el matrimonio de una pareja, que ésta haya cumplido los respectivos requisitos civiles y que no se violen los preceptos de la Iglesia relativos al divorcio».

b)  CREDO SOCIAL.- Antecedentes.  Inciso b: «Protección a la familia por la simple norma de la pureza moral. Reglamentación adecuada del matrimonio. Leyes específicas acerca del divorcio. Habitaciones sanas, cómodas, bellas».

c)  CREDO SOCIAL .- inciso 3: «Realizaremos todos aquellos programas o actividades que prevengan, detengan o combatan intereses y prácticas que lesionen y degraden la dignidad humana, tales como: tabaquismo, el alcoholismo, la drogadicción, la pornografía, la prostitución, la homosexualidad, el racismo, la discriminación, la explotación humana, la guerra, el terrorismo, la miseria y cosas semejantes a estas. Amamos al pecador, pero no al pecado».

CONCLUSIÓN:

Jurídicamente hablando, la Iglesia Metodista de México A.R. respeta la unión de dos personas del mismo sexo; somos una Iglesia que, según Romanos 13, reconocemos a las autoridades y sus leyes. Sin embargo, a decir de Hechos 5:29, como cristianos e hijos de Dios, nuestra esencia está en Dios y en Jesucristo su único Hijo, por lo tanto, seremos y seguiremos fieles a quien nos debemos.

En materia de derechos humanos, todos tienen derechos inalienables; y aunque la sexualidad no es básicamente una necesidad inexorable e inmanente para la sobrevivencia, respetamos el derecho de los individuos a pensar y decidir, como dijo Juan Wesley, “En lo esencial, unidad; en lo no esencial, libertad; y en todas las cosas, caridad”, que aplica en relación a los derechos de los individuos a decidir.

En cuanto al ámbito de la Iglesia, nuestra norma de fe y conducta, la Biblia, señala que la unión entre personas del mismo sexo es un pecado, un quebranto, una deformación de carácter que tiene que ver con situaciones psicológicas y  sociales; y que sí hay esperanza, pues lo aprendido se puede desaprender, las heridas pueden sanar, y en este sentido todas las personas -incluyendo las que tienen preferencia por el mismo sexo- tienen las puertas abiertas de la Iglesia, los brazos abiertos del Padre y de Jesucristo, y la mente abierta de sus ministros y miembros para recibirles, amarles y ayudarles en su restauración.

Aclaramos que este pecado no es más grave ni menos que todos los demás que señalan las Sagradas Escrituras, es igual a la injusticia, la corrupción, la mentira, el robo, etc. Que la preferencia sexual no es el sustento social, psicológico, médico, histórico, científico para aprobar una conducta insana, pues alguien podría preferir tener relaciones con su hija, o una hija con su padre, o un adulto con un bebé, pero, ¿sería esto correcto? Que el principio de extinción aflora evidentemente: si todos tomáramos esa conducta, no habría sociedad que dure 100 años, nos extinguiríamos, y en ese sentido no debemos aprobar leyes que nos lleven al nihilismo.

Nuestros ministros no oficiarán, ni bendecirán ninguna unión de personas del mismo sexo, y ninguna de nuestras instalaciones será usada para ello.

La Iglesia Metodista de México está para establecer ética y moralmente el bien, la virtud, la felicidad, basados en la Biblia y sus normas y mandamientos. Sea que se haya concebido con intelectualismo moral, como vivencia de la virtud, o como el deber ser; o el principio de alteridad (ser por otros) o en virtud de otros,  estamos para ser mejores en Cristo Jesús, para establecer la santidad de la vida en todos sus expresiones, aún la sexual.

Declaramos que Dios es el Creador y sustentador de todas las cosas, y que él no se equivoca al crearnos como hombre y mujer; que en esta unidad reflejamos su Imagen y semejanza; que al recibir a Cristo como Señor y Salvador somos parte de su Reino, y estamos llamados a establecer el Reino y sus valores; somos llamados para la alabanza de la gloria de su nombre.

COLEGIO DE OBISPOS DE LA IGLESIA METODISTA DE MÉXICO, A. R.

Presidente: Obispo Juan Pluma Morales

Secretario Obispo Felipe de Jesús Ruiz Aguilar

Editorial

Época III, Año LXXXIV, Período 2014-2018, No. 21

Chihuahua, Chih., 30 de junio, 2015


Nuestra Himnología

Pbro. Bernabé Rendón Morales

No tenemos manera de evaluar los beneficios que trajo a la IMMAR el avivamiento de los años 70. Uno de ellos fue una liturgia diferente en la que los cantos son elemento esencial. Los antiguos himnos memorizados desde la niñez eran entonados muchas veces por personas somnolientas que cantaban mientras volteaban hacia todos lados porque cualquier cosa podía distraer la atención. Y la música no tenía punto de conexión con la juventud, cuyos oídos estaban permeados por los ritmos, melodías y tonalidades contemporáneos. Así que la nueva himnología abrió un cauce pertinente para el renovado espíritu de adoración y gratitud. Ahora la iglesia pudo recobrar una espiritualidad más viva, una mejor contemplación, una fresca profundización experimental, que son necesarias cuando de exaltar a Dios se trata.

No obstante, Dios sufrió pérdidas. Los cantos nuevos, confeccionados por “compositores” improvisados que parecen más interesados en la venta de sus materiales o en la promoción de su persona, han estado haciendo un mal trabajo. Y lo peor es que las iglesias extraviaron su apetito por lo mejor y se rindieron entusiasmadas ante la música más sensorial.

Desde las iglesias más grandes hasta las más pequeñas, incluso las pastoreadas por ministros que han obtenido maestrías y doctorados, de quienes se esperaría un oficio más profesional, confeccionan sus órdenes de culto separando un tiempo para la Alabanza de otro para la Adoración; el primero para cantos de ritmo rápido, y el segundo para cantos de ritmo suave. El caso es que ni en la Biblia, ni en hebreo, ni en griego, ni en español la palabra Alabanza es aplicable a cantos con ritmos rápidos. Y la palabra Adoración, ni en la Biblia, ni en el hebreo, griego o español, significa cantos con ritmo lento. Este invento que los compositores disqueros nos han vendido hace violencia contra la semántica más elemental, y esto con la venia de nosotros.

Por si el destrozo de la liturgia y del lenguaje mencionado no fuera suficiente, tenemos también la proyección de los cantos en las pantallas de los templos, ya sean iglesias grandes o chicas, ya sean pastoreadas por ministros con educación teológica o sin ella, lucimos un repudio a nuestra gramática. Allí veremos siempre un anárquico uso de acentos y signos de puntuación, un empleo arbitrario de mayúsculas y minúsculas y cien demoliciones más contra nuestro español. Las pantallas sirven para que nuestros niños, jóvenes y adultos sean educados en una subcultura que los evangélicos hemos creado. Los himnos antiguos promovían la riqueza poética, mejoraban el vocabulario de nuestras iglesias, maravillaban con los giros literarios de compositores con una espiritualidad educada. Hoy promovemos la incultura, sin preguntarnos si esto honra o deshonra a un Dios Excelente. Y todo porque las referencias han dejado de ser Dios, la Biblia y el propósito de ser una iglesia capaz de educar a los pueblos, pues tenemos una referencia que nos parece mejor: Nosotros mismos. El referente verdadero es, ¿nos gusta? Y aun así nos atrevemos a repetir en cada Culto que lo hacemos “para la gloria de Dios”, ya que nuestra lógica es que si nos gusta a nosotros, tiene que gustarle a él también.

Lo dicho anteriormente tiene qué ver con la forma, pero cuando vamos a la sustancia es cuando hallamos las más grandes pérdidas. Claro que, como en todo, tenemos cantos contemporáneos excepcionales donde la letra ha sido cuidada y exaltan a Cristo por su obra sacerdotal lograda a través de su cruz, su resurrección y su entronización en los cielos, todo expresado no con la imaginación visceral del “compositor”, sino con adecuados y precisos términos bíblico-teológicos. Pero hay cantos que no sólo se contentan con estropear la gramática española, sino también la doctrina bíblica e histórica. Y la mayoría de los cantos ni perjudican ni benefician, porque simplemente no dicen nada. Para llenar los vacíos de cantos tan pobres, debe recurrirse a otro error, la repetición innecesaria de alguna sola frase que parece denotar que para que Dios entienda hay que repetírsela muchas veces, o que para que nosotros entendamos bien lo que queremos decir se hace necesario repetírnosla. Esta vana repetición que vacía nuestra mente de significados y drena nuestra alma de una adoración digna del Ser más Sabio del universo, no tiene parangón en la Biblia donde sí se nos ofrecen prototipos de himnos inspirados. Incluso, el Salmo 136, donde se repite la hermosa declaración, “porque para siempre es tu misericordia”, está valiéndose de un recurso poético hebreo que realza esa verdad, pero no repitiendo vanamente, sino luego de varias afirmaciones diferentes una de la otra. Las repeticiones vanas (aunque a nosotros no nos  parezcan vanas), de las que Jesús nos previno (Mt. 6:7), son necesarias para que las mantras funcionen, y eran necesarias para despertar a Baal (1° R. 18:26-29), pero jamás fueron un elemento litúrgico del cual los adoradores israelitas y/o cristianos tuviesen que depender, porque simplemente tenían un concepto de Dios diferente y extraño al nuestro.

Dicho en pocas palabras, jamás en toda la historia del culto judío, y jamás en toda la historia de la iglesia cristiana, Dios recibió tan pobre alabanza como la de nuestros días. Jamás antes se le entregó algo tan mal hecho. Esto se debe a un síndrome completado por tres factores: 1) La baja cultura y pobre formación doctrinal de los actuales compositores, 2) las iglesias que preferimos darnos gusto a nosotros mismos aunque sacrifiquemos elementos bíblicos e históricos debido a que no nos dan un “masajito” a nuestros sentidos, y 3) a la tendencia psico-social denominada posmodernismo que ha logrado un posicionamiento dentro de nuestras iglesias que denota que así como hemos sido incapaces de influenciar al mundo, también hemos sido incapaces para evitar que el mundo nos influencie a nosotros.

Si Dios es como él dice que es, entonces merece lo mejor, y le estamos dando lo peor. Lo mejor se maneja hoy dentro de los círculos literarios seculares, pues lo mejor, literariamente hablando, no encuentra lugar en la iglesia. Pero podemos tranquilizarnos gratuitamente diciéndonos que somos sinceros, “al cabo que es para el Señor”. Podemos resolverlo pidiendo “un aplauso para Cristo”, y si nos hace sentir bien, ¡entonces está bien! Si el punto de referencia somos nosotros mismos, y la subjetividad va a sustituir a la objetividad, entonces todo está resuelto. Pero si concordamos en que Dios es Perfecto y Sublime, y que a él le interesan no sólo las intenciones sino también las acciones, y si él se alegra no sólo por la sustancia sino también por la forma de las cosas, entonces nuestra fe en él debería llevarnos a examinarnos a nosotros mismos. ¿Podríamos vislumbrar algún día cuando él sea algo más serio, más grande, más honorable ante nuestros ojos? ¿Podríamos hacer algo más refinado para nuestro Padre, que conserve lo mejor que ya tenemos, pero que limpie el tamo que no es trigo?

Pbro. Bernabé Rendón M.

Editorial

Época III, Año LXXXIV, Período 2014-2018, No. 20

Chihuahua, Chih., 15 de junio, 2015


Paternidad

Pbro. Bernabé Rendón MoralesCuando en el mundo antiguo la patria potestad dio toda autoridad a los padres sobre los hijos, ésta tomó matices brutales. Por ejemplo, en De Ira, Séneca escribe: “A un perro furioso le golpeamos en la cabeza; al buey salvaje y feroz le matamos; a la oveja enferma la pasamos a cuchillo para que no infecte el resto del rebaño; la prole monstruosa la destruimos; incluso a los niños que nacen enfermos o anormales los arrojamos del hogar. No es efecto de la cólera, sino algo razonable, el que se separe lo perjudicial de lo sano” (1).

En el siglo II, el gran defensor del cristianismo, Justino Mártir, en su Primera Defensa, le echa en cara a la sociedad romana que, debido a que algunos padres rechazaban a sus hijas por ser mujeres, éstas eran abandonadas de manera legal en un lugar señalado para ese fin, de donde los dueños de burdeles las rescataban y criaban para dedicarlas a la prostitución. Esta circunstancia hacía posible, les acusaba Justino, que más tarde un padre fuera atendido sexualmente por su propia hija en un prostíbulo, sin saberlo ninguno de los dos (2).

Mucha de esta barbarie desapareció por la poderosa influencia que ejerció el cristianismo en el mundo de aquellos tiempos. Hoy, muchas personas no alcanzan a ver cuánto del mundo moderno, con su cultura judeo-cristiana, con sus leyes que pugnan por el mejor orden y las mejores garantías para niños y adultos, mujeres y hombres, es resultado de la alta moralidad que los discípulos de Jesucristo vivieron y predicaron en un principio. Aquellos cristianos ofertaron a su mundo decadente una nueva fe, una nueva teología, pero también un nuevo orden que incluía una nueva definición de lo que debería ser el matrimonio y la familia.

Teniendo a la vista el Día del Padre, celebrándose en 2015 el 21 de junio, todos los padres cristianos nos vemos en la obligación de tomar conciencia sobre nuestro papel estratégico para este nuevo orden de cosas. La mayordomía cristiana nos recuerda que nuestros hijos no son nuestros, pertenecen a Dios. Están en nuestras manos porque él nos los confió, y no podremos evadir el momento cuando daremos informes sobre esa prioridad de nuestra vida. Ningún padre puede dejar de serlo mientras haya tenido un hijo, la paternidad es irrevocable. De hecho, los hijos desde pequeños asimilan la influencia de su padre, sea destructiva o constructiva, puesto que mientras se configura su formación neurológica, aprenden de manera inexorable, ya sea por lo que oyen o por lo que ven, por lo que reciben o por sufrir la privación.

En la Tercera Carta de Juan, versículo 4, leemos, “No tengo yo mayor gozo que este, el oír que mis hijos andan en la verdad”. Su gozo no era el éxito estudiantil o laboral de sus hijos. No era el gozo tan común entre los papás de hoy, debido a que los hijos sobresalgan deportiva o económicamente. Por supuesto que estas cosas representan satisfacciones deseables y encomiables, pero tendrán que venir en un segundo plano si es que hemos logrado que nuestros hijos en primerísimo lugar amen y teman a Dios, sigan a Cristo como su verdadero Señor y vayan en el proceso de asemejarse a él en su carácter. El rompecabezas de la vida de nuestros hijos se acomoda si logramos la más profunda satisfacción de nuestra responsabilidad paterna: Que nuestros hijos anden en la verdad. Juan no tuvo hijos biológicos, pero nosotros sí, y sus palabras nos interpelan directamente. Somos padres, y no hay nada ni nadie que nos pueda sustituir en el ejercicio de esta mayordomía familiar.

Pbro. Bernabé Rendón M.

(1) Barclay, William, The Plain Man´s Guide to Ethics, Fontana Books, London, 1972, p. 83.

(2) Barclay, William, idem, p. 83.

Editorial

Época III, Año LXXXIV, Período 2014-2018, No. 19

Chihuahua, Chih., 31 de mayo, 2015


Pentecostés

Pbro. Bernabé Rendón Morales

El nombre de esta fiesta agrícola judía pasó al dominio cristiano a partir de aquel día domingo cuando, a las 9:00 hrs., la tercera persona de la Trinidad descendió para llenar con la gloria de Dios el nuevo templo: la iglesia de Jesucristo. Desde entonces, la iglesia se distinguirá por ser la Comunidad del Espíritu, y se dio inicio a la era denominada como “los postreros tiempos” (Hch. 2:17). Jamás se había derramado el Espíritu de Dios como en aquel día; ahora el Espíritu, que fue enviado antes a pocas personas y para propósitos temporales, se derramará “sobre toda carne”, sin distinción de sexos, ni de edades, ni de clases sociales (Hch. 2:17,18). Lo que sucede a partir de aquel día hasta hoy, es algo enteramente nuevo.

El derramamiento del Espíritu Santo por vez primera debe ser visto desde un punto de vista soteriológico, es decir, explicado a partir de la experiencia de la salvación en Cristo. Fue un hecho grandioso porque fue el inicio de la salvación en la modalidad cristiana, misma que ahora ofrecemos al mundo como un acontecimiento revolucionario que origina vidas nuevas y comunidades nuevas, hasta el día en que toda la creación sea hecha también nueva. El Pentecostés fue, por tanto, no una segunda experiencia posterior a la salvación, sino la salvación misma.

La conclusión anterior es el resultado de la armonía que hay entre Juan y Lucas sobre este asunto. Juan fue bautizado con el Espíritu en Pentecostés, y por eso sabía de qué hablaba cuando muchos años después escribió el Evangelio. Fue comentario suyo, y no de Jesús, el que interpola en las palabras del Señor, en Jn. 7:38.39, “El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva. Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él; pues aún no había venido el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aún glorificado”.
El apóstol nos explica su entendimiento de que mientras Jesús no fuera glorificado, nadie, ni los que creyesen en él, podría recibir la presencia del Espíritu en su vida. Cuando él mismo relata en Jn. 20:22 que nuestro Salvador sopló en los apóstoles, diciéndoles, “Recibid el Espíritu”, no podía referirse literalmente a recibir el Espíritu Santo, pues Juan sabía que su Maestro no había sido glorificado aún. Por tanto, eran palabras que simbolizaban algo, como tampoco eran literales las palabras que siguieron, “A quienes remitiereis los pecados…”

En seguimiento a la idea juanina, Lucas nos explica, mediante el discurso cristiano de Pedro en Pentecostés, que ahora sí, el Espíritu podía venir poderosamente sobre los seguidores de Jesús, porque él ya había sido glorificado, “A este Jesús resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos. Así que, exaltado por la diestra de Dios, y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y oís” (Hch. 2:32,33).

El punto es sencillo, pero muy fino, y necesitamos verlo con cuidado. ¿Eran salvos los apóstoles antes de Pentecostés? Sí, pero de manera incompleta, lo eran a la manera judía, pero no cristiana. Eran salvos por creer, del mismo modo como fueron salvas personas de la era del Antiguo Testamento. Pero ahora Cristo había ofrecido su muerte como ofrenda expiatoria ante su Padre, se había levantado de la tumba con gran poder, y había sido exaltado en los cielos y hecho Sacerdote sobre los que creyesen. Ahora la salvación sería otra cosa. La salvación incluiría un nuevo nacimiento (no contemplado para la era del antiguo pacto), la justificación de los pecados sería seguida instantáneamente por una obra sobrenatural del Espíritu llamada regeneración. Y este aspecto fundamental, propio de la era cristiana, les fue dado a los 120 que estaban en el Aposento Alto, por primera vez en toda la historia de los tratos de Dios hacia el hombre.

El bautismo con el Espíritu Santo y fuego puede ser administrado sólo por Jesucristo desde su trono glorioso, y es la marca de la nueva era de la gracia, para distinguirse del bautismo que ofrecía Juan el Bautista y que pertenecía a la era del antiguo pacto, sólo para arrepentimiento, pero sin el nuevo nacimiento (Mt. 3:11). El bautismo con el Espíritu Santo es, por tanto, lo mismo que la salvación cristiana. No tendría sentido que Dios concediera un poco de su Espíritu en la salvación, y otro poco o mucho en una segunda ocasión. Separar la salvación del bautismo con el Espíritu Santo es algo que la Biblia no hace, y podemos constatarlo si leemos con cuidado los textos bíblicos. La idea wesleyana de la segunda obra de gracia, nada tiene qué ver con la separación un tanto ociosa que hemos mencionado. Su idea era que, de la misma manera como somos justificados por la fe, deberíamos procurar ser también santificados por la fe.

Por supuesto que lo anterior no intenta limitarnos de esa otra realidad considerada en el Nuevo Testamento, consistente en ser continuamente llenos del Espíritu Santo (Ef. 5:18), para crecer en el poder de Dios actuando en nuestra vida, para llegar a ser perfeccionados en santidad, para fructificar cada día mejor.

Pbro. Bernabé Rendón Morales

Editorial

Época III, Año LXXXIV, Período 2014-2018, No. 18

Chihuahua, Chih., 15 de mayo, 2015


En Aldersgate

Pbro. Bernabé Rendón MoralesDentro de unos días estaremos celebrando el aniversario número 277 de la experiencia que dio origen al metodismo. Un hombre que por 12 años había buscado la seguridad de su aceptación ante Dios, aquel miércoles, tres días después del Domingo de Pentecostés, a las 8:45 pm, en una de las reuniones caseras anglicanas que entonces se llamaban sociedades religiosas, en la modesta callejuela londinense de Aldersgate, alcanzó la tan anhelada seguridad. Por fin, el clérigo anglicano Juan Wesley fue convencido por la Palabra y el Espíritu de que Jesucristo había provisto desde su cruz todo lo necesario para su justificación.

La Reforma Protestante se originó de un debate doctrinal acerca de las indulgencias. Cada nueva iglesia que surgió en el siglo XVI fue al calor de los reclamos por volver a las Sagradas Escrituras. Y lo mismo fue con los movimientos reformados radicales, salvo contadas excepciones. Algunas iglesias radicales surgieron por contenciones debidas a veces a la doctrina, a veces a la organización, a veces al liderazgo. Lo que distingue, entonces, al metodismo, no es un origen por debates doctrinales, ni por pleitos de inconformes separatistas. El metodismo nació de un avivamiento, y el avivamiento nació de una experiencia, por lo que podemos decir con toda propiedad que somos hijos de una experiencia espiritual.Esto hace que pongamos un especial énfasis en las experiencias cristianas, que son una de las cuatro fuentes de nuestra teología, que, por cierto, en México estamos apartando el año 2015 para hacer hincapié en esta fuente, estamos en El Año de la Experiencia. Ninguna otra fuente teológica fue tan distintiva de los sermones wesleyanos como la experimentación de la fe, sin perder de vista, claro, que toda experiencia debía ser permeada por la sana doctrina de la Biblia. Nuestro recordado Foster Stockwell lo decía así: “(Wesley)… Apela más a la experiencia religiosa personal y a la conciencia íntima y constante de la presencia y obra de Dios. Con esta apelación se hace otra la apologética cristiana y se echan las bases de la teología evangélica moderna” (*).

Tipificar la clase de experiencia que vivió Wesley aquella noche cuando dijo, “Sentí arder mi corazón de una manera extraña. Sentí que confiaba en Cristo, y en Cristo solamente, para mi salvación; recibí la seguridad de que Dios había borrado mis pecados…”, es cosa complicada. No ha faltado quien haya dicho que recibió el bautismo con el Espíritu Santo como una experiencia posterior a la salvación. Esto sería imposible si tomamos en cuenta que la teología protestante ortodoxa, sostenida siempre por el mismo Wesley, explica que la palabra “bautismo” es una más entre las otras expresiones que se aplican a la llegada del Espíritu en la salvación, tales como “sello”, “arras”, “nacer de”, “adoptados mediante” el Espíritu. Y básicamente es imposible demostrar con las Escrituras que el bautismo con el Espíritu sea algo diferente a la experiencia de la salvación.

Tampoco se trató de una conversión, puesto que no vivía una vida perdida ni de incredulidad, sino que vivía una santidad progresiva y real, aunque haya sido por motivos erróneos. Y tampoco fue el día de su justificación, pues él nunca aceptó tal cosa. Se describía como una persona que había tenido antes una fe de esclavo, pero en quien dicha fe después había evolucionado a la de un hijo. Siempre tuvo fe en Cristo, aun cuando había fallas en ella, pero no debido a conflictos morales, sino a conflictos doctrinales internos.

Esto nos lleva, según parece, a la única conclusión posible: Su experiencia fue la de una iluminación de su entendimiento, gracias a la Carta a los Romanos, que lo llevó a descansar enteramente en los méritos de Cristo (en los cuales creía y de los cuales predicaba) mediante los cuales era aceptado por el Padre de toda misericordia. Fue como descubrir un tesoro que ya tenía, pero cuyo valor y alcances no entendió hasta esa noche.

Como haya sido, nos queda la sustancia del asunto. El cristiano es alguien que no sólo ha creído,  sino alguien que también ha experimentado algo con Dios. Cuenta con el testimonio del Espíritu en su propio espíritu, y está persuadido que hay un Dios invisible, vivo y poderoso cuyo amor realmente ha sido derramado en su corazón.

 Pbro. Bernabé Rendón M.

(*) Stockwell, B. Foster, La Teología de Juan Wesley y la Nuestra, Ed. La Aurora, Buenos Aires, 1962, pág. 25.

Editorial

Época III, Año LXXXIV, Período 2014-2018, No. 17

Chihuahua, Chih., 30 de abril, 2015


Diez de mayo

Pbro. Bernabé Rendón Morales

El mes de mayo nos lleva, por asociación de ideas, al Día de las Madres, que en México se celebra el día 10. Es una fiesta conectada con nuestra denominación, dado que la primera vez que fue celebrada se debió a la iniciativa de una persona de identidad metodista, en los Estados Unidos de Norteamérica; y la primera vez que se hizo lo mismo en México, fue en un templo metodista de Oaxaca. Detrás de la fiesta está la admonición bíblica a honrar a nuestros padres en todas las formas posibles, como principio básico para la estabilidad social. No obstante, nos parece que, como siempre, habrá mucho del jolgorio que nos distingue a los mexicanos, pero poco de lo que significa en verdad honrar a una madre.

La cosmovisión bíblica contiene mucha carga androcéntrica puesto que fue redactada en una época eminentemente patriarcal. El entendimiento cristiano de lo que es la inspiración divina no nos impide aceptar que elementos culturales fueron incorporados en el proceso de la revelación de la Palabra de Dios. Comenzando con la identidad de nuestro Creador, origen y sustento de todas las cosas, es visto como alguien masculino, a pesar de que sabemos que la figura bíblica de Dios se construye con elementos antropocéntricos sólo para hacernos más claro quién es él y cómo actúa. Pero nuestro Creador no tiene figura humana ni de ningún tipo, y por ello no tiene definición sexual. Pero sería un escándalo para algunos si nos atreviéramos a referirnos a Dios como “ella”, pues se tomaría como una ofensa a la naturaleza divina.

Moltmann nos recuerda que el Espíritu Santo es la parte femenina de Dios (1), sólo por decirlo de alguna manera. La palabra para Espíritu (ruah Yahveh) en el Antiguo Testamento es totalmente femenina (gramaticalmente, es la Espíritu), mientras que en el griego del Nuevo Testamento (pneuma) se torna tanto femenina como masculina, y en español es palabra completamente masculina. La misma palabra es entendida de modo diferente por accidentes de lenguaje, no por inspiración divina. Es el Espíritu Santo quien nos engendra y provee el nuevo nacimiento, nacemos de él, que es una hermosa figura maternal. Por otro lado, las Escrituras echan mano de figuras femeninas para describir el amor y los cuidados de Dios, como cuando se le compara con el amor de una madre (Is. 49:15; 66:13) y el cobijo bajo las alas de una gallina (Mt. 23:37).

Son pocos los versículos en el Nuevo Testamento donde se instruye a que las mujeres se sometan a sus maridos y que no hablen en la iglesia, y son muchos aquellos donde se les concede la igualdad frente al varón. Pero no logramos llegar a una interpretación que equilibre el significado escriturario de esa igualdad. Las mujeres han sido violadas en todas las formas posibles dentro y fuera del hogar, pero nuestra hermenéutica patriarcal permanece insensible a ellas y a la intención redentora de Jesucristo por darles un lugar justo dentro de los ámbitos doméstico y eclesiástico.

La Dra. María Pilar Aquino describe el papel de la mujer indígena en la sociedad anterior a la conquista española, como participativa en la construcción de la economía, y era incluida en la toma de decisiones… estatus que le fue destruido con la conquista, gracias a la sociedad patriarcal de los europeos que con su religión enseñaron que el hombre era superior a la mujer (2). A la indígena y a la mestiza se le reconocieron únicamente dos papeles: la procreación y el trabajo forzoso no remunerado. Así que hemos adoptado la teología que dice que la mujer no puede ser igual al hombre, siguiendo aquella frase repetida en la Biblia, “sin contar a las mujeres ni los niños”. Por lo tanto, muchos han dejado de contarlas.

Si en verdad deseamos honrar a las madres, preguntémonos si es justo el trato que se les da en el hogar. Si está establecido por la Ley Federal del Trabajo que la jornada de trabajo diario es de ocho horas, ¿cuántas horas diarias las hacemos trabajar? Si la ley establece un día de descanso semanal, ¿cuál es el día de descanso de ellas? ¿Gozan de algún período anual de vacaciones, que es tan necesario? ¿Los maridos e hijos ayudan a conservar el orden y limpieza de la casa? Si el esposo y la esposa trabajan fuera de la casa, ¿se reparten por igual los trabajos domésticos y el cuidado de los hijos? ¿Es justo permitir que los hijos casados lleguen con todo y familias a comer de “la cocina de mamá”, sin llevar nada y dejando la casa tirada? ¿Se le ha preguntado dónde prefiere vivir cuando lleguen sus años en los que no pueda cuidarse sola? Y hay más preguntas para agregar. Todos sabemos que podemos bajarnos de su cuello y de sus rodillas, pero no de su corazón; pero, ¿su verdadera paz llega cuando los hijos se han ido a dormir o se han ido a sus propias casas?

Pbro. Bernabé Rendón M.

  1. Moltmann, Jürgen, El Espíritu Santo y la Teología de la Vida, Ediciones Sígueme, 2000, Salamanca, pág. 49, 50
  2. Aquino, María Pilar, Redescubrimiento (Simposio III), 1992, Dallas, pág. 124.

Editorial

Época III, Año LXXXIV, Período 2014-2018, No. 16

Chihuahua, Chih., 16 de abril, 2015


La Estación de la Resurrección

Pbro. Bernabé Rendón Morales

Varias de las congregaciones metodistas mexicanas observan la sana costumbre de las iglesias históricas, consistente en guiarse tanto por el Leccionario como por el Calendario Cristiano. El primero es la guía de lecturas bíblicas para el culto dominical durante todo el año, y el otro es el seguimiento de las fechas de las celebraciones y énfasis que deben observarse en el mismo año. El Leccionario procura ir de acuerdo con las fechas del Calendario, y viceversa.

Es fácil detectar las ventajas de guiarse de este modo. Por un lado se evita la repetición de temas recurrentes en la mente del predicador, y por el otro se asegura que no queden fuera los temas no preferidos. Así se incluyen lecturas de toda la Biblia y no se dejan de lado los grandes acontecimientos del cristianismo. Por otro lado, ordenar los temas cristianos para asegurar la reflexión de ellos durante el año, refleja que los cristianos creemos en un Dios de orden. Pero sobre todo, el Calendario Cristiano gira alrededor de la vida y ministerio (terrenal y celestial) de Jesucristo, colocándolo en el centro de la liturgia y el mensaje de la iglesia cristiana. Las iglesias con mayor estética y sentido cúltico incluyen además colores, paramentos, vestimenta de sus ministros, símbolos e himnología acorde a cada fecha.

Es por eso que estamos en la Estación de la Resurrección, temporada que abarca desde el Domingo de Resurrección, para continuar rememorando los hechos del Cristo resucitado, hasta el Domingo de Pentecostés. Aún el día de Pentecostés puede ser visto como uno de los hechos grandiosos de la resurrección, pues Pedro une en un solo pensamiento la resurrección, seguida de la glorificación de Cristo en los cielos y, como consecuencia, el envío del fuego pentecostal por el mismo Señor (Hch. 2:32,33). De este modo, el Calendario Cristiano hace resaltar la Resurrección de Jesucristo como la fiesta máxima de la iglesia que se goza en su Señor, pues le concede la temporada más extensa entre las fiestas que se relacionan con la persona de él: Cuarenta días antes del Día de la Resurrección, y otros cincuenta días después, o sea, desde el inicio de la Cuaresma hasta el Domingo de Pentecostés.

La iglesia cristiana tiene a su fundador vivo, y de ese hecho fundamental depende la vida de ella. Del modo como decimos que ningún ser vivo ha generado su propia vida, sino que la ha recibido desde el exterior mediante la fecundación o la concepción, también decimos que eso mismo ocurre con la vida abundante que el discípulo de Cristo disfruta. Esta vida no es una fuerza errante en el espacio como lo sería la luz de un relámpago, o la electricidad en las nubes, sino que más bien es una vida contenida en alguien. No es una energía despersonalizada que algunos pudieran atrapar subiendo a lo alto de una pirámide o de una montaña levantando los brazos hacia lo alto. La vida sólo puede estar en lo que está vivo. Tampoco llega a un ser humano gradualmente del modo como aumenta la estatura o el conocimiento, sino en un momento, de estar muerto se pasa a estar vivo.

Por supuesto que el párrafo anterior se refiere a Jesucristo. La vida está en él, y llega con él. Para experimentar la vida es necesario que quien la dé esté pleno de vida. Así que se necesita a un Cristo resucitado para que alguien viva por causa de él. Esta es la ley de causa y efecto. El creyente vive porque alguien que vive reside en él. “El que tiene al Hijo, tiene la vida” (1ª Juan 5:12); “Y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí…” (Ga. 2:20). O como cantamos en aquel poderoso himno de resurrección “Él vive, él vive, imparte salvación. Sé que él viviendo está porque vive en mi corazón”.

Pbro. Bernabé Rendón M.

Editorial

Época III, Año LXXXIV, Período 2014-2018, No. 15

Chihuahua, Chih., 31 de marzo, 2015


Queremos ser felices

Pbro. Bernabé Rendón Morales

Este 20 de marzo se celebró apenas por tercera vez el Día Internacional de la Felicidad, luego de la resolución de la Asamblea General de las Naciones Unidas para que se hiciera por vez primera el 20 de marzo de 2013. La finalidad es reconocer la relevancia de la felicidad y el bienestar como aspiraciones universales de los seres humanos, y la importancia de su inclusión en las políticas de gobierno.

Todo comenzó porque el rey de Bután decidió cambiar el PIB por el FIB (Felicidad Interna Bruta), sosteniendo que la producción y ganancias económicas no son suficientes para sustentar el bienestar humano. El programa de su gobierno intenta armonizar la estabilidad económica y social con los valores culturales, el cuidado del medio ambiente, y la procuración de un buen gobierno. Fue este país el que promovió lo que es ya una resolución de las Naciones Unidas.

Y pese a que la felicidad es algo muy complicado de cuantificar, según lo reconoce la propia ONU, el tema se puso de moda, y la encuestadora Gallup ya logró determinar que hay zonas en el mundo donde la población vive con mucha mayor satisfacción que en otras y, al frente de todas ellas está Latinoamérica. La lista la encabeza Paraguay y detrás aparecen Colombia, Ecuador, Guatemala, Honduras, Panamá, Venezuela, Costa Rica, El Salvador y Nicaragua. Otros estadígrafos han aplicado diferentes métodos de medición y consideran a los países escandinavos, con Dinamarca, Finlandia y Noruega a la cabeza, como los más felices del planeta.

La idea del FIB nos suena extraña, y más si proviene de un país con serios rezagos sociales como Bután, pero al menos va más allá del concepto simplista tan manejado en nuestros púlpitos de que la felicidad es una experiencia sólo interna y privada. No se le puede quitar razón al dicho de Ortega y Gasset de que “el hombre es él y sus circunstancias”. En realidad pocas denominaciones cristianas tienen tan claro esto en su memoria histórica como el metodismo, desde que el Rev. Wesley insistió, aún en la temprana época del Club Santo, en que la fe cristiana debe vivirse en contexto. “No hay santidad sino santidad social”, nos dijo. Y eso nos guía por derivación a entender la felicidad como algo social, no privado.

Jesucristo nos instruyó sobre la felicidad, pero no la dejó únicamente como un hecho personal entre cada uno de sus discípulos y Dios, sino que fue más adelante, descubriéndonos los diferentes senderos para llegar a ella por la vía de procurar el bien de los demás. En el manejo del griego que hace Mateo, nos explica que el Señor hablaba de makarios, la bienaventuranza (Mt. 5:3-12), cuyo antecedente hebreo es ashere. ¿Cómo llegar a la bienaventuranza? Siendo pobres en espíritu, siendo de los que lloran, teniendo hambre y sed de justicia (y no se refiere a la doctrina paulina de la justificación por la fe, pues aún no existían los elementos para construir ese dogma neo-testamentario), mostrando misericordia, teniendo un corazón limpio, trabajando por la paz, y sufriendo persecución tanto por causa de la justicia como por causa de Cristo.

Esto debiera hacernos suspirar por un México mejor, por una atmósfera que mejor represente los principios del Dios Creador. Hoy en la mañana escuché a un hombre cristiano orar con lágrimas durante uno de nuestros cultos matutinos de la Semana Santa. Orábamos por las próximas elecciones de junio de 2015. Él preguntaba a Dios por qué los mexicanos debemos ir a votar al mismo tiempo que hemos llegado a sufrir tanta desconfianza hacia quienes elegimos. Usó una frase lacerante, “Dios, no merecemos un México tan corrompido”. ¿Qué podemos hacer, además de orar y evangelizar, para que Dios derrame felicidad en un ambiente de tanto agravio por parte de quienes ejercen el poder humano en lugar de ejercer la autoridad de Dios? Muchos estamos esperando aparezca el hilo que guie hacia el origen verdadero del despido de Carmen Aristegui con todo su equipo, preguntándonos mientras, ¿tendrá esto que ver con la casa de siete millones de dólares? No estamos de acuerdo en que se nos despoje de los muy pocos periodistas comprometidos con su vocación.

Claro que en Cristo podemos descubrir el secreto de la vida, la maravilla de la bienaventuranza. Pero por eso mismo tenemos hambre de que este «suelo donde hemos nacido» (como dice la Canción Mixteca) sea también menos infeliz.

Pbro. Bernabé Rendón M.

Editorial

Época III, Año LXXXIV, Período 2014-2018, No. 14

Chihuahua, Chih., 15 de marzo, 2015


En pro de la mujer

Pbro. Bernabé Rendón Morales

El domingo pasado 08 de marzo, por disposición de las Naciones Unidas, conmemoramos el Día Internacional de la Mujer, una de las conquistas logradas por el movimiento pro liberación de la mujer, en sus dos oleadas identificadas en el siglo XX. Es motivo de pena para el sector varonil tener que aceptar que las condiciones favorables que las mujeres gozan hoy, superando las condiciones que las lastimaron hasta la primera mitad del siglo pasado, fueron conseguidas por ellas en medio de una desagradable oposición social. Qué bueno sería poder decir que ellas gozan de sus libertades modernas debido a que los varones se las concedimos por iniciativa propia, y de buena gana, como una dádiva de alguna evolución antropológica, o por la nobleza de alguna nueva caballerosidad que nos brotó, o mejor, porque hayamos sido finalmente iluminados por el Evangelio de Jesucristo… Pero no fue así.

De hecho, aún estamos lejos de conseguir un estatus de verdadera igualdad entre ambos sexos. Por ejemplo, todavía no hemos acabado de sanar del escozor que nos dejó Don Hilario Ramírez Villanueva, alcalde de San Blas, Nayarit, cuando este sábado 07 de marzo, mientras festejaba su cumpleaños mediante un dispendio de 15 millones de pesos, levantó el vestido de una joven en dos ocasiones, tratándola como si fuera un objeto, cosificándola, insultando su pudor. Y todavía de mayor trascendencia es la situación de desigualdad entre un hombre y una mujer ante las leyes de Las Bahamas, siendo las iglesias, en su mayoría protestantes, las principales opositoras a la corrección de esa anomalía jurídica.(1)

En la antigüedad, hasta una mente brillante como la de Platón describió a las mujeres como hombres que habían sido castigados mediante una reencarnación en seres inferiores.(2) Por su parte, el Corán en el Sura 4:38, establece que “El hombre tiene autoridad sobre la mujer, porque Alá ha hecho a uno superior al otro”, y enseguida faculta a los hombre para azotarlas, si es necesario(3). El Antiguo Testamento de nuestras Biblias, entre un montón de hechos discriminadores, nos cuenta que las mujeres eran tomadas como botín de guerra junto con los ganados (Nm. 31:32-35), que algunos personajes como David tenían varias concubinas (2° Sm. 16:21,22), que cuando Moisés legisló sobre el divorcio, sólo los hombres podían despedir a su mujer con carta de divorcio, pero no al revés (Dt. 24:1-4), y etc., etc.

Ante el panorama anterior, los cristianos necesitamos leer el Nuevo Testamento de tal manera que no parezca reflejar la misma injusticia, siendo que entendemos que Jesús vino a darle fin a la postración social y religiosa a la que fue sometida la mujer por siglos. El Evangelio del Hijo de Dios debe ser algo diferente. Pero para esto será necesario interrelacionar bien la exégesis gramatical de los textos bíblicos con la hermenéutica basada en los principios fundamentales de Gracia e Igualdad. Sí, porque mucho antes que la Revolución Francesa enarbolara los principios de Libertad, Igualdad y Fraternidad (consagrados en los colores de su bandera), San Pablo estableció, en el nombre de Cristo, esas aspiraciones humanas como pilares de la nueva comunidad cristiana, al escribir: “Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Ga. 3:28).

Inclusive, el día cuando la iglesia nació se echaron bases sobre las cuales el edificio debía levantarse, y fue la ocasión cuando San Pedro tomó el sustento profético escriturario para dejar claro que los ministerios cristianos no serían sólo prerrogativa masculina, sino que las mujeres estaban habilitadas por igual para asumirlos, al predicar: “Vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán… sobre mis siervos y sobre mis siervas en aquellos días derramaré de mi Espíritu y profetizarán…” (Hch. 2:17,18). Y por esto es lamentable que el libro de la Disciplina de la IMMAR no aclare qué debería suceder con las pastoras que contraen matrimonio, vacío que propicia que algunos Obispos y Gabinetes no sepan qué hacer con ellas, de grado que pareciera que silenciosamente y sin trámite alguno se les han retirado sus credenciales ministeriales.

Que nuestros biblistas serios y profesionales nos ayuden a interpretar las Sagradas Escrituras, pero de tal manera que trascendamos a las antiguas categorías interpretativas que no coinciden con un Dios cuyos designios son sabiduría, aunque alguno que otro varón se ponga nervioso. ¿La mujer es inferior al hombre únicamente por ser mujer? ¿Que ella se calle y se someta nada más porque nació mujer? ¿Qué clase de Dios se comprometería con semejante aberración ideológica?

(1) Anuario 2015 de la Unión Nacional Interdenominacional de Sociedades Femeniles Evangélicas Cristianas, México, D. F., 2015, pág. 60,61.

(2) Platón, Diálogos (Diálogo de Timeo), Editorial Porrúa, S. A., México, D. F., 1971, pág. 720.

(3) Mahoma, El Corán, Editorial Época, S. A., México, D. F., 1982, pág. 59.

Pbro. Bernabé Rendón M.

Editorial

Época III, Año LXXXIV, Período 2014-2018, No. 13

Chihuahua, Chih., 28 de febrero, 2015


Cuaresma 2015

Pbro. Bernabé Rendón Morales Estamos ya en la estación del calendario cristiano denominada la Cuaresma, y así nos integramos a las aspiraciones de nuestros hermanos cristianos de todos los tiempos. Cuando los metodistas reconocemos a la Tradición como una de nuestras cuatro fuentes de información teológica, queremos decir que somos capaces de reconocer el trabajo del Espíritu de Dios a través de la historia de la iglesia, y que no suponemos un espacio vacío desde la era del Nuevo Testamento hasta hoy. Lo que otras generaciones entendieron y decidieron, bien apegadas a las Sagradas Escrituras, representa la herencia que hemos venido transmitiéndonos unos a otros, siendo lo que somos, un todo, un solo cuerpo, donde nos pertenecemos unos a otros trascendiendo distancias y tiempo, entre otras cosas.

La Cuaresma y la Semana Santa son derivados de la primera fiesta cristiana que fue acordada por los cristianos de la antigüedad. Ninguna de nuestras fiestas es más antigua que la celebración de la Resurrección del Señor. Y no sólo fue la primera, sino la principal de todas las solemnidades del pueblo cristiano. La acción rápida de la iglesia cristiana fue la de establecer el primer día de la semana como día de celebración semanal, y esto es observable desde la época de los apóstoles, como es el caso de Hechos 20:6-12.

Una referencia importante de ésta, la primicia de las fiestas cristianas, es la defensa escrita por Justino Mártir en su Primera Apología, enviada al Senado Romano en el año 150. En la parte final del documento él describe cómo era el orden de un culto cristiano. Esa descripción es de suma importancia pues no tenemos ninguna anterior a esa, cuando ni siquiera en el Nuevo Testamento hallamos un orden de culto preciso. Allí menciona dos veces que las reuniones cristianas eran celebradas el primer día de la semana, por la razón de que ese día había resucitado Jesucristo.

Luego se dio el paso natural, definir cuál domingo del año era el correcto para el Gran Día Anual de la Resurrección de nuestro Salvador. Esto fue sencillo tomando en cuenta que la Resurrección había ocurrido en los tiempos de la Pascua judía, así que quedó establecido el domingo posterior a la luna llena del equinoccio de primavera. Más tarde se estableció la Cuaresma como tiempo de preparación necesaria para llegar dignamente al Día Anual de la Resurrección; y todavía más tarde se acordó guardar la Semana Santa y el Miércoles de Ceniza como partida de la Cuaresma.

Por cierto, resulta difícil hallar el beneficio que obtenemos la mayoría de las iglesias evangélicas de México (incluidos los metodistas) al abstenernos de observar el Miércoles de Ceniza. Nuestra antipatía, abierta o disimulada, hacia el catolicismo nos ha hecho perder una oportunidad para la contrición de espíritu. Para los judíos sinceros del Antiguo Testamento era frecuente mostrar su dolor a través de la aplicación de ceniza, y Dios se agradaba de esa acción. El mismo Jesús lamentó que algunas ciudades no hubieran llegado al tipo de arrepentimiento mostrado a través de la ceniza (Mateo 11:21). Es increíble cómo pesan más en nuestra conciencia nuestros prejuicios que los mismos principios bíblicos.

La espiritualidad cristiana no se integra sólo de gozo, música y algarabía, incluye también el dolor, la pena ante Dios porque no hemos llegado a ser lo que él espera, porque no hemos amado lo suficiente ni a él ni a nuestros semejantes, porque hemos pecado después de conocer la verdad, porque nuestra sociedad sufre dolores de parto sin dar a luz nada, porque no hemos odiado suficientemente lo que el Señor odia, ni hemos amado tanto como podríamos hacerlo aquello que él ama.

Necesitamos ver el dolor del Nazareno por causa de nosotros, vislumbrar su entrega ensangrentada por personas como nosotros a quienes él procuró redimir, y reflexionar sobre estas cosas. Para esto es la Cuaresma, porque, ¿cómo podríamos celebrar de manera sensata y esperanzadora la Resurrección de Jesús, si no vemos cuánto dentro de nosotros, y fuera de nosotros, refleja de tantas maneras el aluvión de muerte?

“Así que, celebremos la fiesta, no con la vieja levadura, ni con la levadura de malicia y de maldad, sino con panes sin levadura, de sinceridad y de verdad” (1ª Corintios 5:8).

Pbro. Bernabé Rendón M.

Editorial

Época III, Año LXXXIV, Período 2014-2018, No. 12
Chihuahua, Chih., 15 de febrero, 2015


El Dios de las naciones

Pbro. Bernabé Rendón Morales

Una de las doctrinas fundamentales del metodismo es la declaración arminiana de que el sacrificio de Cristo fue efectuado por todo el género humano, que su gracia es universal, que desde la cruz Dios ofrece su abrazo redentor sin distingo a todo ser humano. Hoy no pretendemos abordar tan atractivo tema, sino trasladar este énfasis tan nuestro a las actitudes que nos dirigen desde nuestro interior.

El mes pasado (enero), como lo recordaremos, el semanario francés Charlie Hebdo sufrió un atentado donde once personas perdieron la vida (y enseguida también un policía), perpetrado por dos terroristas pertenecientes a Al Qaeda, indignados porque se habían publicado caricaturas satíricas de Mahoma. Una de las cosas que nos llamó la atención fue que el gobierno francés, entre varias medidas importantes que de inmediato tomó, fue la de hacer un llamado a evitar las injustificables venganzas contra la comunidad musulmana de Francia. Y había razón, porque el corazón humano es proclive a la discriminación generalizada. Esa misma noche en el país varias mezquitas fueron atacadas, inclusive con granadas y disparos. Y esto a pesar de que líderes musulmanes en el mundo habían condenado el acto violento contra el personal del Charlie Hebdo.

El conflicto árabe-israelí tuvo una expresión candente a mediados del año pasado, con el intercambio de misiles entre Gaza e Israel. La historia que se ha sufrido en ese desdichado pedazo de tierra por más de medio siglo, es una de las situaciones críticas más tristes que nos heredó el siglo XX. Las Naciones Unidas resolvieron en 1947 la partición de Palestina entre judíos y palestinos, para convivir en paz. Obviamente, la medida ofendió a los palestinos que ya vivían allí, pues no veían razón para ser obligados a compartir su espacio, y menos cuando siendo mayoría se les asignó la menor parte del territorio. Vinieron las guerras donde miles de palestinos fueron echados de su patrimonio convirtiéndose ahora en refugiados, e Israel se adueñó de porciones de tierra que no se les concedió en un principio. Y como un insulto agregado, han estado construyendo asentamientos israelíes en los territorios ocupados. Israel no ha logrado aplicar las resoluciones de las Naciones Unidas relacionadas con la devolución de esos territorios, de no construir más en ellos, ni de suspender la proclamación de Jerusalén como su capital. Y los palestinos no han colaborado lo suficiente para aceptar la creación del Estado Palestino en las condiciones acordadas a sus espaldas en 1947.

Por supuesto que estas actitudes han ocasionado que tanto judíos como palestinos incurran en errores bastante irracionales como lo son los ataques masivos con armas sofisticadas y los actos de terrorismo. Huelga decir que el gobierno mexicano fue uno de los muchos que condenaron el ataque masivo con misiles con que Israel, con respaldo de los Estados Unidos e Inglaterra, devastó a la población de Gaza. El actual primer ministro israelí no ha sido de mucha ayuda, pues está muy lejos de la labor ejemplar en pro de la paz que en su momento realizaron grandes estadistas judíos como Shimon Peres e Isaac Rabin (este último asesinado por un judío fanático).

Esto y mucho más estaba detrás del difícil conflicto con Gaza en 2014. No obstante, en los redes sociales llovieron comentarios de personas cristianas que tomaron partido en apoyo a Israel, sin mediar ningún análisis del conflicto, y menospreciaron a los palestinos, basándose sólo en citas bíblicas mal entendidas. Cuando no nos auxiliamos con los principios de la hermenéutica para entender y aplicar la Biblia, podemos, incluso, usarla como un arma de injusticia contra distintas agrupaciones humanas que no nos son afines. Dios no es la deidad local de Israel, es el Dios de todas las naciones. Algunos discriminamos a los musulmanes porque no creen como nosotros, porque son diferentes a nosotros, y podemos hasta usar la Biblia de Dios para encausar esa proyección carnal proveniente de nuestro interior.

Dios no tiene pueblos, razas ni naciones de su preferencia. Él no va a cerrar sus ojos ante los desmanes de ningún pueblo porque éste diga que es el pueblo preferido de Dios. Los judíos sufrieron una discriminación inhumana durante el holocausto y hay que evitar que se repita, pero ellos no deberían, bajo ninguna circunstancia, discriminar a los palestinos musulmanes. Y nosotros tenemos que examinarnos para saber de qué espíritu somos. Tendríamos que madurar nuestra cosmovisión y caer en la cuenta de que es verdadero el descubrimiento que hizo Pedro: “Entonces Pedro, abriendo la boca, dijo: En verdad comprendo que Dios no hace acepción de personas, sino que en toda nación se agrada del que le teme y hace justicia” (Hch. 10:34,35).

Por supuesto que nuestro deber cristiano es procurar la evangelización de los musulmanes, pero esa tarea debiera venir hasta después de que aprendamos a respetarlos, incluso respetar sus creencias aunque no estemos de acuerdo con ellas, del mismo modo como Dios nos amó antes de nuestra salvación y no gracias a ella (Ro. 5:8). El amor de Dios es más universal de lo que a veces suponemos. Él ama la “verdad en lo íntimo” (Sal 51:6), por lo que es indispensable limpiar nuestro corazón de actitudes ajenas a él, como lo es la descalificación, la animadversión, la discriminación, el menosprecio de quienes no se parecen a nosotros.

Pbro. Bernabé Rendón M.