
Reflexiones sobre la Evangelización y la Gran Comisión
Hace poco tiempo regresé a México después de haber pasado un tiempo considerable en Corea del Sur estudiando una maestría. Durante 2 años y medio que estuve por allá tuve la oportunidad de servir con la Iglesia Metodista Coreana Bongcheon en Seúl. Cada semana tenía que viajar 2 horas por la mañana desde mi departamento de la universidad hacia la iglesia y por las tardes 2 horas de regreso. Siempre pasaban cosas extrañas en el tren, o probablemente eran extrañas para mí como extranjero. Sin embargo, hubo una de ellas que llamó mi atención.
Un día, una mujer subió al tren y yo escuchaba que levantaba la voz para que todos en el tren la escucharan. Casi nadie le ponía atención, incluso muchos se molestaban al oírla. La molestia de un joven llegó al grado de aventarla para que se alejara del tren y dejara de hablar. Ante todo esto, esta mujer siguió abriéndose paso en el pasillo del tren y hablando sobre el mensaje que compartía. En un instante, ella estaba enseguida de mí; y cuando me vio se quedó callada al darse cuenta que era extranjero. Al momento levantó su mano para apuntar al cielo; después con su mano apuntó su muñeca para señalar un reloj, y terminó moviendo sus manos en dirección a ella. Ese mensaje lo había entendido porque le había prestado atención a lo que decía: su mensaje era: el Señor pronto viene.
Corea del Sur es un país en que el evangelismo casa por casa o de abordamiento a las personas en las calles es peligroso, porque la gente puede quejarse ante la policía de hostigamiento. Aquella mujer en el tren se exponía a un peligro por predicar, exponía su integridad física, exponía su integridad emocional ante el rechazo; aun así, ella hacía todo lo posible por predicar del Evangelio.
¿Por qué ella estaba tan decidida a compartir? La única respuesta coherente que viene a mi mente es que ella vivía para compartir el Evangelio debido a su correcta comprensión y plena obediencia a la Gran Comisión. Mateo 28:18-20 dice: “Y Jesús se acercó y les habló diciendo: Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén.”















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