
Plática con la hermana Ruth Rodríguez de Díaz (Segunda y última parte)
7 de noviembre de 2022
Salimos de Laredo con tres niñas y dos velices, ¡y vámonos hasta Tijuana! Y entonces, cuando llegamos a Saltillo -porque el camión paraba primero allí- mucha gente de la iglesia fue a despedirnos. Llegamos a Durango, y me despedí de mi mamá. Al otro día agarramos el camión para Mazatlán y allí esperamos a un camión que venía desde México e iba hasta Tijuana. Pues no se nos hizo pesado,aunque duró como tres o cuatro días el viaje, porque iba conociendo todo: Sinaloa, Sonora, todo hasta que llegamos a Tijuana. Y al llegar a Tijuana, a la central camionera (me llamó mucho la atención la Rumorosa, muy bonitas las piedrotas que están allí), Elías dice: “¿Y ahora?”, pues no conocíamos a nadie. Le dije: “Pues vámonos a la iglesia, hay iglesia aquí”; y agarramos un taxi y nos llevó a la iglesia donde estaba en aquel entonces Miguel Hernández de pastor, y Mimí [esposa del pastor Hernández]. Llegamos y nos recibió muy bien Mimí.
Pero antes de eso, Evangelina Contreras, la esposa de Eliud, le había dicho a su mamá: “Oye mamá, allí va el pastor con sus tres niñas y su esposa y no conocen a nadie allá”. Al rato, a la tardecita llegó ella, doña Rita: “A mi casa vámonos. No se preocupe”. Y es que íbamos a ciegas, sin conocer a nadie. Ya nos llevaron a casa de doña Rita, y allí estuvimos casi un mes. Mientras Miguel [Hernández] arregló: en el río había una escuela donde iban sus hijos, y arregló para que admitieran a las tres hijas mías y fueran a esa escuela, porque llegamos en agosto, casi septiembre; iba muy temprano hasta una colonia muy bonita donde vivía doña Rita, llegaba por Elías las niñas y se iba. Yo me andaba todo el día con doña Rita. Estaba la esposa de Joel, Ana, tenía 15 años entonces; Paco estaba estudiando, Beto estaba en medicina también estudiando, y tenían otro sobrino allí. Nos trataron muy bien.
Al mes, Elías dijo: “Vámonos nosotros a hacer nuestra vida”. Y doña Rita le decía: “No, hermano, quédense a vivir aquí en Playas [de Tijuana]”. “No, hermana, yo traigo mi sueldo y mi presupuesto para casa y todo”, le dijo Elías; y consiguió una casa por medio de una hermana que se llamaba doña Ramona, de acá de Los Herreras. Ella nos dijo de esa casa, que estaba cerca de la suya y estaba en renta, y nos llevó a verla: estaba en un cerro pelón (no, Sierra Ventana* está precioso comparado con ella); estaba horrible, había coyotes. Pero la casita sí estaba bonita, estilo gringo, así de esas de dos aguas; tenía salita, comedor, la cocinita y dos cuartitos, un baño y un patiecito atrás; había tres casitas iguales, y en una estaba doña Ramona. Era un cerro, y al otro lado había un barranco, no estaba ni pavimentado; no, horrible.
Pues llegamos allí. Y Elías, a trabajar, luego luego se me fue. Y no era un viaje de un día para otro; nombre, duraba hasta un mes. Antes de irse nada más me decía: “Te portas bien. Si no nos volvemos a ver, ya sabes que allá estamos”, era su despedida. Cuando se iba, yo no sabía dónde andaba ni qué hacía; nunca me escribía, nunca tenía noticias de nada; así me quedaba. Entonces sí se me hizo muy duro ese tiempo, el primer año fue. Lloraba mucho, me sentía muy sola, a pesar de que doña Ramona -era una persona ya mayor, tendría unos cincuenta y tantos años y yo tendría veintitantos- hicimos muy buena amistad con ella. Estaba al pendiente de nosotros, sobre todo cuando se nos enfermaban las niñas, estaban chiquitas (Ruth, la mayor, tendría ocho años y de allí para abajo). Me asustaba yo mucho porque me sentía sola, sola, sola.
Y así pasé el primer año, a sustos y todo. Pero los Contreras siempre fueron muy lindas gentes: los fines de semana iban por nosotros, nos llevaban a Sea World, nos llevaban a San Diego, y a pasear.
-¿Era fácil pasar para Estados Unidos?
- Sí, desde que él [Elías] se fue a Nebraska la primera vez sacamos pasaporte, yo tenía el mío con mis tres niñas, Venimos a Monterrey a sacarlo. El pasaporte era una miquita. Tijuana era una frontera grandísima. Yo iba al mandado a Tijuana. Agarraba mi camión cerca de mi casa -era rumbo al aeropuerto- que me llevaba a la línea; y de regreso agarraba otro camión y me bajaba acá en mi rancho. Así duramos cuatro años, gracias a Dios.
Los fines de semana, cuando mi Elías estaba allí, iba mucho para Jaramillo, Ensenada, todo eso, y nos llevaba con él. Regresábamos el domingo, y luego a la rutina. Las niñas estaban en una escuela, en un río -todavía existe esa escuela- y cuando llovía era la cosa más espantosa: la tierra es como zoquete, no podíamos caminar, los zapatos se quedaban clavados. Entonces Elías nos compró unas botas de hule, de las que usan los lavacoches. Yo llevaba a mis niñas en la mañana, estaba como a tres kilómetros. Bajaba un barranco; allí aprendí a andar como las chivas; estaba la escuela, me venía y me regresaba ¡cuatro veces al día! yo creo que por eso se me afectaron las rodillas. ¡Caminé lo que no!
A veces había una hermana que se apellidaba Yonk, que era de la iglesia, vivía subiendo un barranco; a veces iba y dejaba a las niñas y me iba con ella; me daba café con un pan; luego me bajaba, iba por las niñas y me venía. Me daba mucho miedo allí porque había en aquel entonces los hippies, y los bichis (eran hombres que andaban desnudos), drogadictos, ¡una cosa horrible! Llegábamos a la casa y nos encerrábamos, no salíamos para nada, tenía mucho miedo; había mucho mariguano. No, muy feo que estaba.
Y luego a las cinco de la tarde, ya estaba oscuro. Siempre andábamos con sweater, porque allí no hace calor, nunca. Ya para las cinco de la tarde estaba la neblina; y luego, el mar tronaba. Decía doña Ramona: “Está tronando el mar”,y sí se oían unos tronidos. Pasábamos unas montañas y estaba el mar, y estaba Playas de Tijuana, donde estaban las mansiones bonitas. Nosotros estábamos acá en la ciudad.
Y entonces así me la pasé los cuatro años. Pero, ¡ay, me encantaban los mercaditos sobre ruedas! Venían del otro lado y se ponían cerca de la casa, pero eran cuadras. ¡Vendían tanta cosa tan bonita! No, pues luego luego. Ah, pero llegando a la casa donde fue a conseguir Elías, llegamos y la casa sola, no levábamos nada; pues Elías se fue a un basurero y allí encontró una parrilla y pues la hizo funcionar, y allí cocinábamos. Lo que sí, compramos una litera; nosotros nos acostábamos en el suelo y las niñas en las camitas. Así estuvimos.
Luego, una hermana que vivía en Chulavista nos regaló una recámara de su hija -se apellidaba Maldonado- con un tocador, una cama con su colchón, y pues ya tuvimos cama. Y yo en el mercadito compraba ollas muy buenas, es que las traían del otro lado [Estados Unidos]. Así me hice de todas mis cosas para la cocina, ropa y todo. En una segunda compramos una estufa, una lavadora (todavía la tengo esa estufa); así estuvimos. Pero no, gracias a Dios, estuve muy contenta allí en Tijuana.
Después del segundo año, pues ya me fui acoplando y conocí a más gente de la iglesia. Y para ir a la iglesia, estaba en una colonia que se llama Ruiz Cortinez; bajaba uno un barranco, luego un llano, luego otro barranco, y luego subía y allí estaba la iglesia. Todos los domingos yo iba con mis zapatos de tacón y mis tenis, y al llegar a la iglesia nos cambiábamos. A veces el esposo de la hermana Ramona nos llevaba en su camioneta, porque no siempre la tenía.
Cuando estábamos en Tijuana, como cada año eran las conferencias, en Monterrey, era cuando salíamos todos: Nos veníamos hasta Los Mochis; en Los Mochis agarrábamos el Chepe [ferrocarril Chihuahua-Pacífico] hasta Chihuahua, y veíamos a los papás de Elías. Seguíamos hasta Durango a ver a mí mamá; allí me dejaba, iba a la conferencia, regresaba.y otra vez a Chihuahua, nos despedíamos de sus papás, luego a tomar el Chepe y vámonos. Era todo. Y en una de esas fue cuando nos pasó eso del camión, porque era tiempo de agua. Había 80 túneles de Chihuahua hasta Los Mochis; esa vez contaron 90 cascadas que pasaban por arriba del tren, porque era tiempo de aguas, era agosto.
Muy bonito. Mi suegra nos daba queso, y era lo que comíamos en el camino. Eso sí, yo no acostumbro comer cuando viajo, así que llegaba bien flaca. A veces llegábamos a Hermosillo o algún lado; corría a la carrera, encontraba una tiendita y compraba leche o algo, para darles a las niñas. Mis hijas andaban en el camión, platicando con todas las personas del camión. Cuando llegábamos ya conocían a toda la gente; andaban con sus muñecas y las dejaban en todos lados, ¡pues estaban chiquillas las tres! Fue una experiencia muy bonita.
-¿Y en Chihuahua cuánto tiempo estuvieron?
-Estuvimos cuatro años. Pero ahí sí fue ¡ay, qué horror! Encontramos a la iglesia, pues con mucha novedad en la iglesia; porque allá en Tijuana no había eso de que hablaban en lenguas, o mucho avivamiento. Aunque llegando a Tijuana hubo una campaña con [Luis] Palau, lo conocimos jovencillo. Y luego Mellado, el esposo de una de las muchachas Contreras, era doctor; y luego hizo un coro y nosotros nos metimos, porque siempre andábamos en los coros nosotros; y cantamos en esa campaña que hubo con Luis Palau. En esa campaña nos involucramos mucho, sobre todo con los Contreras. Sí, pues estuvimos muy contentos allí en Tijuana: feo, feo, pero no, aguantamos todo. Eso sí, cuando llovía, ¡ay, qué horror! Pero pues a todo se acostumbra uno.
Y cuando llegamos a Chihuahua, pues no: la mudanza tardó como dos meses en llegar a Chihuahua. No podía atravesar la sierra ni por Sonora ni por Durango, así que se fue a Guadalajara y de allí subió hasta Chihuahua; pero mi suegra estaba en Chihuahua y estuvimos en su casa mientras llegaba. Llegando a la iglesia nos encontramos con que estaba dividida: había que los “avivados” y los “no avivados”. Dije: “¡válgame, Dios! ¿pos ora?”. Nosotros estábamos acostumbrados a las cosas más quietecitas, no así como ellos . No, ellos duraban toda la noche cantando; y luego abrían todas las ventanas, pues no nos dejaban ni dormir ni nada.
La casa pastoral estaba pegadita a la iglesia. Fue la casa pastoral más hermosa que tuvimos en todo mi ministerio, muy bonita casa, la habían hecho los americanos. Tenía piso de madera, tres recamarotas, sala-comedor grandote, muy bonito, y mucha madera. Muy bonita que estaba esa casa pastoral -creo que está todavía. Cuando estuvo Samuel [Díaz] creo que fincó el edificio educacional allá. Y luego luego nos metimos al coro. Muy bonito que estaba el coro; lo tenía uno de los Alba, Esteban, Había cultos muy ceremoniosos. Pero luego en la tarde estaban los levitas, porque Miriam [Vela] le puso por nombre “los levitas”; y según ella, el Señor le dio visión para hacerse un uniforme: parecía de ángel, largo, con cosas doradas, y así se vestían todos. Hicieron un coro muy grande, pero cantaban puros coritos que nosotros no conocíamos todavía; pero era todos los días. Nada más que sí, los muchachos muy desordenados; sí iban a la iglesia, pero luego salían a divertirse, y ellos se salían y hacían sus desmanes.
Ese pastorado fue el más difícil que tuvimos, el de Chihuahua. Querían que mi esposa fuera la presidenta de la femenil, y me querían llamar “pastora”, pero mi esposo les dijo: Ella es mi esposa, no tienen por qué llamarla pastora.Yo les decía: “yo soy la esposa del pastor, llámenme Ruth”. Allí nos metieron al Seguro (no teníamos seguro entonces). Pero Héctor Hernández, el director del Sanatorio Palmore, y Milton Velasco nos dijeron que si no teníamos Seguro Social; y nombraron a Elías capellán del Palmore; desde entonces tenemos seguro; luego ya lo pedimos nosotros voluntario cuando llegamos a Monterrey.
Allá en Chihuahua se nos puso muy mala July, le dio apendicitis. Entonces una hermana nos ayudó, nos arregló papeles y así pudieron operar a July. Recuerdo que esa noche cuando la operaron estaba yo sola en el hospital; y mientras mi Elías estaba en la iglesia, y parecía que lo estaban enjuiciando: estaba en una junta y de un lago estaban los “apagados” y del otro los “avivados”, y él en medio. Pero ¡qué amor! sabían que estaba yo sola en el hospital y no le daban oportunidad de nada; mi Elías andaba en bicicleta, lo veían y no
le daban raid. Y luego como a los dos años se compró un carrito, y andaban diciendo que la iglesia se lo había dado. ¡Mentiras! él lo compró solo. Luego le quebraban el vidrio…¡no, calle boca!
Luego la hermana Bertha Coronado nos dijo que estaban necesitando pastor en La Trinidad de Monterrey. En La Trinidad de Monterrey estuvimos cinco años, muy contentos. Nos tocó la segunda etapa del avivamiento. Había muerto el anterior pastor, David Jorge Gutiérrez, y se metió un montón: había cinco pastores que estaban trabajando entonces: Valencia, Álvarez, el Obispo Mora, bueno, todos eran pastores. Pero Elías les pidió que lo dejaran probarse él solo, Hasta una temporada mi Elías fue el guardatemplo, porque no conseguíamos quién; se levantaba a las tres de la mañana para hacer el aseo. Yo estuve tres meses de secretaria, pero Daniel Elizondo dijo: “No, no es bueno que la esposa del pastor esté de secretaria”; yo lo conocía desde chavo, no me iba a dejar de lo que me dijera; no le gustó, y pues no, me echaron para afuera.
Gracias a Dios fue un remanso aquí en Monterrey, desde que llegamos. Recuerdo a la hermana Bertha Coronado y la femenil.
Luego nos fuimos a Buenos Aires, a El Buen Pastor, sin sueldo.Y cuando se jubiló, nadie dijo nada: nomás no nos nombraron en los nombramientos. Y Bertha [Coronado] luego luego preguntó: “¿Y el pastor Elías?”. “No -le dijeron- ya se jubiló”. “¿Y por qué no lo nombraron?”, “Es que se nos pasó”, le dijeron.
-¿Algún consejo que les quiera dar a las esposas de los pastores del día de hoy, para animarlas?
- Pues que sean ejemplo, y que no vayan a ser tropiezo de su marido; será que a mi me dijeron cuando iba a casarme con Elías, que yo iba a ser tropiezo para mi esposo, y eso me pudo mucho. Mi esposo decía: “yo para ser líder tengo que tener sujeto mi hogar, ustedes cuatro”. Gracias a Dios las niñas fueron muy tranquilas -siempre son más tranquilas las mujercitas. Nunca tuve ningún problema con ellas, muy buenas hijas las tres. A mi casa podía entrar toda la gente que quisiera,y a la hora que quisiera, y yo siempre estaba dispuesta a servirles. Llegaba cualquier gente, y luego luego las invitaba a comer, o a cenar, o se dormían en la casa pastoral; siempre tuve gente en mi casa, estoy muy acostumbrada a eso, En mi casa mi mamá siempre fue muy hospedadora: ¡una vez hasta nació una niña allí! porque la señora tenía 50 años y le daba vergüenza que su hija la viera embarazada; estuvo en la casa de mi mamá hasta que nació su hija, y le puso María Elena, por mi hermana. Antes en las conferencias no rentaban hoteles, no; se hospedaban en casas; y era muy bonito, porque conoce una más hermanos, convivía uno con ellos; y ahora, todos llegan a hotel.
-Son otros tiempos.
-Recuerdo a un viejito, que era colportor, Llegaba cada dos o tres meses y andaba vendiendo biblias en los ranchos. Y era muy curiosito: nos dejaba ofrenda.
-¿Cómo le hacía cuando llegaban visitas inesperadas?
-Siempre tenía huevos cocidos y papas cocidas. Con eso se pueden siempre hacer muchas cosas.
-Buen consejo, hermana Ruth. Muchas gracias por darnos su tiempo para platicar de su vida. Dios la bendiga.
* Colonia proletaria en la ciudad de Monterrey, enclavada en parte de lo que se conoce como la Loma Larga (nota de la entrevistadora)
Entrevista realizada por María Elena Silva Olivares.