Carta de Unamuno a un pastor evangélico
Es preciso que desaparezca esa vergüenza de que en un país que se dice cristiano, y donde los 9.999 por cada 10.000 no han leído el Evangelio, sirva éste todavía para que lo recorten en pedacitos, los cierren en unas bolsitas bordadas por monjas, y llenas de lentejuelas y las cuelguen del cuello de los niños a guisa de amuleto.
Juan Antonio Monroy
Miguel de Unamuno entre botijos, a los que hacía referencia para resumir el sentir de una generación. / Ubé, Flickr
El texto que sigue fue escrito por el eminente filósofo y literato español Miguel de Unamuno a José M. Ripoll, pastor evangélico español residente en Cuba. La carta fue redactada en torno a 1915. Huelga todo comentario introductorio. Lo que dice Miguel de Unamuno se entiende a la perfección y se explica por sí mismo.
Sr. D. José M. Ripoll.- Muy señor mío: Le agradezco mucho su carta, y me conforta y corrobora el ánimo el ver cómo a largas distancias sienten la solidaridad que los une, los hombres todos que trabajan por que venga a la tierra el reino de Dios. Y me anima más aun el recibir voces de aliento de un país que, como ése, fue, hasta no ha mucho, de mi querida España, y ésta por sus culpas, lo perdió. Y creo que España, la verdadera España, la España íntima y espiritual, ha ganado mucho con verse reducida al solar de sus abuelos. Tal vez hemos perdido América para mejor ganarla, como deben ganarse los pueblos, mutuamente y comulgando en la cultura. Quiero, en efecto, creer y esperar que la pérdida de las últimas posesiones ultramarinas de la Corona española sea para España, recogida en su hogar, principio de una nueva vida. Nuestra Historia ha sido un sueño, y en ninguna parte pudo mejor que aquí brotar el aforismo calderoniano. Después de ocho siglos de reconquista y cuando parecía que íbamos a entrar en vida de paz y de trabajo, el descubrimiento de América abrió nuevo campo a nuestro espíritu de aventuras y vertimos sangre y alma entre generosidades y rapacidades. Dejamos ahí mucho de nuestro corazón y trajimos todo el oro que pudimos. Como he dicho hace poco en Gijón, fuimos a conquistar tierras con la espada en la diestra y en la izquierda el crucifijo, sólo que cambiamos alguna vez de mano y erigimos en alto la espada, golpeando con el crucifijo; peleando a “cristazos”. Y lo estamos pagando. Sin embargo, si a la Magdalena se le perdonó porque amó mucho, habrá que perdonar a España, por grandes que hayan sido sus yerros. Y aquí se observan síntomas de despertar. Por debajo de lo que llaman cuestión religiosa y no lo es, sino sólo política-eclesiástica, por debajo de ella empieza a asomar la cuestión real y verdaderamente religiosa; la de la emancipación de la conciencia cristiana para los que no nos satisfacemos con aquello del Catecismo de: “Eso no me lo preguntéis a mí que soy ignorante: doctores tiene la Santa Madre Iglesia que os sabrán responder”. De esto acabo de hablar en Gijón.
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